(Domingo
VII - TO - Ciclo C – 2019)
“Amad a vuestros enemigos” (Lc 6, 27-38). El mandato de Jesús de “amar al enemigo” demuestra
claramente que su religión, la religión católica, no es una religión inventada
por hombres, como el resto de las religiones, incluidas el protestantismo y el
islamismo. Estas últimas son religiones inventadas por hombres: por Lutero en
el primer caso y por Mahoma en el segundo, pero la religión católica no es
inventada por ningún hombre, sino que es fruto de la revelación del Hombre-Dios
Jesucristo y este mandato es prueba de ello. La razón es que amar al enemigo va
más allá de las fuerzas naturales, porque lo natural es que al enemigo no hay
que amarlo, puesto que es enemigo: se lo debe combatir, pero no amar: el amar
al enemigo es una absoluta novedad revelada por Jesús: “Amad a vuestros
enemigos”. Es verdad que en el Antiguo Testamento existía un mandamiento
similar con respecto a los enemigos, pero el amor al enemigo se limitaba al
campo de batalla y se reducía más bien, a lo sumo, a un trato compasivo y
misericordioso con el enemigo vencido. Fuera del campo de batalla, en la vida
cotidiana y con respecto al prójimo considerado enemigo, prevalecía la ley del
Talión: “ojo por ojo y diente por diente”. Es decir, si mi enemigo me dañaba
una oveja, yo tenía que dañarle una oveja, de la misma manera: “ojo por ojo,
diente por diente”. Pero a partir de Jesús, esa ley cesa definitivamente y para
siempre y comienza a regir un nuevo mandato y es el amor al enemigo: “Ama a tus
enemigos”. Si con la ley del Talión se buscaba, por la venganza, un equilibrio
de justicia –un ojo por un ojo, un diente por un diente-, ahora, con la ley de
Jesucristo de amar al enemigo, prevalece la misericordia por encima de la
justicia.
Ahora
bien, dijimos que en el Antiguo Testamento sí se mandaba amar al enemigo, pero
en el mandato de Jesús hay un elemento substancial que hace que el mandamiento
sea realmente nuevo, radicalmente distinto al amor pregonado en el Antiguo
Testamento. ¿En dónde radica la novedad del amor al enemigo como mandato de
Jesús? La novedad radica en la cualidad del amor con el cual debemos amar al
enemigo. En efecto, Jesús dice que debemos amarnos los unos a los otros “como
Él nos ha amado” –“Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”[1]-,
lo cual implica una diferencia radical con el amor al enemigo del Antiguo
Testamento, porque el amor es substancialmente otro: ya no es el amor humano,
como en el Antiguo Testamento, sino el Amor divino del Sagrado Corazón, que se
revela y derrama a raudales en el Nuevo Testamento, desde la Cruz, desde su
Cuerpo herido y desde su Corazón traspasado.
Entonces,
cuando Jesús manda amar al enemigo, no manda amarlo, como vimos, con nuestro
amor humano, que es escaso, limitado y egoísta: no es esto lo que nos dice
Jesús cuando nos manda amar al enemigo. Cuando Jesús nos dice que debemos amar
al enemigo, nos dice que, por un lado, debemos imitarlo a Él, que siendo
nosotros sus enemigos por el pecado, lo crucificamos y le dimos muerte en el
Calvario y Jesús –y también, Dios Padre- no nos fulminó con un rayo de la
Justicia Divina, como lo merecíamos, sino que derramó sobre nosotros el abismo
de su Misericordia al ser traspasado su Corazón por la lanza del soldado, no
sin antes haber pedido al Padre que nos perdone, así como Él nos perdonaba,
porque “no sabíamos lo que hacíamos”: “Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen”. De la misma manera, así debemos hacer nosotros cuando suframos
alguna injuria de parte de nuestros enemigos: no basta con no tener rencor; no
basta con perdonar porque pasó el tiempo; no basta con perdonar por motivos
meramente humanos: hay que perdonar con el mismo perdón con el que Jesucristo
nos perdonó desde la Cruz e imitarlo a Él, que siendo nosotros sus enemigos, le
dimos muerte en Cruz, y así y todo Él nos perdonó. Sólo así lo imitaremos a Él
y sólo así estaremos cumpliendo su mandato de amar al enemigo. Quien no perdona
a su enemigo, no puede llamarse cristiano hasta que no lo haga; será cristiano
sólo cuando perdone a su enemigo, pero no por motivos meramente humanos, sino
en unión con el perdón que Cristo nos otorgó desde la Cruz. Es decir, los
cristianos perdonamos a nuestros enemigos, no porque seamos “buenos”, sino
porque Cristo nos perdonó primero.
Por
otro lado, cuando Jesús nos dice que debemos amar al enemigo, no nos dice que
lo debemos imitar extrínsecamente, con una imitación meramente externa: debemos
amarlo “como Él nos ha amado” y esto quiere decir con el Amor con el que Él nos
amó desde la Cruz y es el Amor del Espíritu Santo. En otras palabras, debemos
amar al enemigo con el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo. Entonces,
es con ese perdón, recibido por Él desde la Cruz, con el cual debemos perdonar
y es con ese Amor, recibido de Él desde la Cruz, con el cual debemos amar a
nuestros enemigos[2].
Ahora
bien, el amar a nuestros enemigos depende de nuestra total y entera libertad,
pero debemos saber que si persistimos en nuestro enojo y no perdonamos y no
amamos, entonces recibiremos lo mismo que damos: seremos reos de la Justicia
Divina, por habernos negado a ser misericordiosos, y esto es algo que lo dice
el mismo Jesús: “La medida que uséis, la usarán con vosotros”[3].
Si usamos la medida de la inmisericordia y la falta de perdón y amor,
recibiremos eso mismo de parte de Dios; si por el contrario perdonamos y amamos
a nuestros enemigos con el Amor y el perdón con el que Jesús nos amó y perdonó
desde la Cruz, entonces recibiremos misericordia de parte de Dios.
“Amad a vuestros enemigos”. Si no tenemos amor
suficiente como para perdonar y amar a nuestros enemigos –y no lo tendremos,
porque las fuerzas humanas son insuficientes para esto-, entonces debemos
recurrir a la fuente del Amor Misericordioso, el Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús, en donde encontraremos Amor más que suficiente para amar a nuestros
enemigos con el mismo Amor con el que Jesús nos amó desde la Cruz.
[1] Cfr. Jn 13, 34-35.
[2] En este amor al
enemigo hay que hacer una distinción y es que debemos diferenciar entre
enemigos personales y enemigos de Dios y también de la Patria: dice Santo Tomás
que callar y soportar una injuria dirigida contra uno mismo, es algo meritorio
y laudable, pero que callar y soportar una injuria dirigida contra Dios –y, por
extensión, contra la Patria, don de Dios-, es “suma impiedad”. Es decir, callar
ante los enemigos de Dios y de la Patria es algo contrario al Evangelio. El
mandato del amor a los enemigos vale para los enemigos personales: a los
enemigos de Dios y de la Patria hay que combatirlos, de modo cristiano, pero hay
que combatirlos. De lo contrario, como lo dice Santo Tomás, cometeríamos el
grave pecado de la suma impiedad. Por ejemplo, este mandato no se aplica contra
el invasor y usurpador inglés, que ocupa ilegítimamente nuestras Islas
Malvinas: no quiere decir que porque Jesús nos manda amar al enemigo, debemos
renunciar a su reclamo y al hecho de que deben abandonar las Islas y pedir
perdón por la usurpación, además de reparar por el ultraje ocasionado contra
nuestra Patria. Por el contrario, se debe combatir a ese enemigo. Lo mismo cabe
contra los enemigos de Dios, como la Masonería, el Comunismo, el Liberalismo y
otras sectas que buscan destruir su Iglesia: no cabe para ellos el amor al
enemigo, porque ellos ultrajan el nombre de Dios; cabe combatirlos, de modo
cristiano, como dijimos, sin malicia en el corazón, pero combatirlos con todas
nuestras fuerzas. Un ejemplo de lo que decimos podemos verlo en el siguiente vídeo, cuyo enlace es el siguiente: https://www.youtube.com/watch?v=yUK2-FXb9_g: se trata de soldados nigerianos que, arrodillados, reciben la bendición con el Santísimo Sacramento, antes de partir para combatir contra la milicia islámica armada Boko Haram. Otro ejemplo son las Misas celebradas por los capellanes católicos en Malvinas, antes de los combates contra los ingleses. El catolicismo es una religión de paz, no pacifista.
[3] Mc 4, 21-25.
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