(Ciclo C – 2019)
Jesús
se transfigura en el Monte Tabor, es decir, tanto su rostro, humanidad, sus
vestiduras, resplandecen con una luz más brillante que miles de soles juntos:
es la luz de su gloria, la luz de su divinidad, la luz de su Ser eterno divino
y de su naturaleza divina, recibida desde la eternidad del Padre. En el Monte
Tabor, Jesús resplandece con una luz que es la gloria que Él posee desde la
eternidad; no es una luz recibida desde afuera: es la luz propia de Jesús la
que brilla en el Monte Tabor, porque Él es Dios y es la luz de su divinidad la
que resplandece ante Pedro, Santiago y Juan. Jesús se transfigura antes de la
Pasión porque, dice Santo Tomás, debe mostrarse ante sus discípulos como el
Dios que Es, para que cuando lo vean en el Monte Calvario, todo recubierto de
sangre y convertido en un guiñapo sanguinolento a causa de los golpes, los
discípulos no desfallezcan y recuerden que ése hombre todo golpeado y
ensangrentado y a punto de ser crucificado, es Dios Hijo en persona. Ésa es la
razón por la cual Jesús se transfigura en el Monte Tabor y antes de la Pasión y
es la razón por la cual el episodio de la Transfiguración no se puede explicar
ni leer ni comprender si no es a la luz del otro monte, el Monte Calvario. Si en
el Monte Tabor Jesús se reviste de la luz de la gloria eterna recibida del
Padre desde la eternidad, en el Monte Calvario Jesús se reviste con su propia
Sangre, que no es menos gloriosa que su luz y si la luz en la Biblia es
sinónimo de gloria y por eso en el Monte Tabor Jesús se reviste de gloria, la
Sangre de Jesús también es sinónimo de gloria divina, porque es su gloria la
que ahora se manifiesta, pero no ya en forma de luz, sino como sangre, como la
Sangre del Cordero. En el Monte Tabor se reviste de luz; en el Monte Calvario
de Sangre; en ambos montes, se reviste de su propia gloria.
Si nos
dieran a elegir, ¿en cuál de ambos montes querríamos estar? Para responder
según los designios de Dios, los santos nos dan la respuesta: San Maximiliano
Kolbe recibió la corona de la Pasión, poco antes de morir y a Santa Catalina de
Siena, Jesús le dio a elegir entre la corona de gloria y la corona de espinas y
la santa eligió la corona de espinas. Entonces, la elección es clara: elijamos en
esta vida terrena estar postrados de rodillas ante Jesús crucificado en el
Monte Calvario, para luego verlo transfigurado de gloria en el Reino de los
cielos.
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