“Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo” (Mt 22, 34-40). Preguntan a Jesús cuál es
el Mandamiento más importante y Jesús responde que es un mandamiento en el que
se manda un triple amor: a Dios y al prójimo como a sí mismo. Es decir, el
cumplimiento de la ley está en amar con un amor que se dirige en tres
direcciones: Dios, el prójimo y uno mismo. Podríamos preguntarnos entonces cuál
es la diferencia con la religión judía, puesto que pareciera que Jesús, en su
nueva religión, tiene su mandamiento más importante exactamente igual que el de
la religión judía. Judaísmo y cristianismo tendrían el mismo mandamiento con lo
cual, en esencia, serían lo mismo. Sin embargo, a pesar de que la formulación
es la misma, podemos decir que entre el cristianismo y el judaísmo hay una
diferencia substancial en el primer mandamiento y es lo siguiente: la cualidad
del amor con el que hay que amar a Dios, al prójimo y a sí mismos. En efecto,
en otro pasaje, Jesús dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”
y en este mandamiento está incluido obviamente el amor a Dios. Entonces, lo que
hace la diferencia es el amor con el que Jesús nos ha amado a nosotros y la forma
en la que nos ha amado. ¿En qué radica la novedad del mandamiento de Jesús? Por
un lado, en que Él nos ha amado “hasta la muerte de cruz”; por otro lado, que
nos ha amado con el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Ambas cosas no existían en
el mandamiento de la Antigua Ley, por eso es aquí en donde radica la novedad
substancial de Jesús: en amar hasta la cruz –incluidos a los enemigos- y en
amar con el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Si no sabemos cómo llevar a cabo
este mandamiento, lo que debemos hacer es postrarnos de rodillas ante Jesús
crucificado y ante Jesús Eucaristía y pedir la gracia de poder amar a Dios, al
prójimo y a uno mismo, como Él nos ha amado, hasta la muerte de cruz y con el Amor
con el que nos ha amado, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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