(Domingo VII - TO - Ciclo A – 2023)
“Amad a
vuestros enemigos” (Mt 5, 38-48). Jesús introduce un Mandamiento nuevo,
que revela la naturaleza sobrenatural de la religión católica: amar al enemigo.
Es nuevo porque antes de Cristo, la ley mandaba amar a los amigos y “odiar al
enemigo”; en cambio ahora, a partir de Cristo, se manda “amar al enemigo”. Para
poder entender el nuevo mandamiento de Jesús, debemos detenernos brevemente en
la consideración de qué entendemos por “enemigo” y la definición nos dice que
enemigo es la “Persona que tiene mala voluntad a otra y
le desea o hace mal: al enemigo ni agua”[1], o como decía un famoso
tirano, inspirado a su vez en el genocida comunista Mao Tsé Tung: “Al amigo
todo, al enemigo ni justicia”[2],[3], lo cual es una
concepción absolutamente anticristiana, porque se ubica en las antípodas de lo
que nos enseña Jesús. Una distinción esencial que debemos hacer es entre enemigo
personal o nacional; así, por ejemplo, se considera enemigo de una nación a otra
nación que invada territorio soberano y así nuestros enemigos naturales son Inglaterra,
por haber usurpado las Malvinas y los chinos por ocupar ilegítimamente una
porción, aunque minúscula, de nuestra Patagonia. Otra distinción que podemos
hacer es entre enemigos personales y enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia porque el
mandamiento de Jesús de “Amar el enemigo”, no se aplica para los enemigos de
Dios, de la Patria y de la Familia: a estos se los combate, según sea el
enemigo -por ejemplo, a los enemigos de la Familia, la única válida, formada
por el varón-esposo, la mujer-esposa y los hijos, biológicos o naturales, se
los combata con el intelecto, promulgando leyes a favor del único modelo válido
de familia, para no caer en el error del Partido Socialista Español, que se
adelantó a los católicos y logró que se promulgara una ley contraria a la Familia
creada por Dios, ya que legaliza dieciséis tipos distintos de familia-; el arma
principal que tiene el cristiano para combatir a sus enemigos, en el orden
espiritual, son armas espirituales, como por ejemplo, el Santo Rosario, la
Santa Misa, los Sacramentos y los sacramentales; en otro orden, existen para
ello otro tipo defensa y por eso es que existen los capellanes militares y
policiales, para cuando se produce una injusta agresión contra la Patria, como
por ejemplo la usurpación de Malvinas.
En cambio,
para los enemigos personales -aquel prójimo que está enfrentado a nosotros por
algún motivo-, aquellos que por algún motivo circunstancial no nos quieren, o
peor aún, nos odian e incluso nos hacen el mal, para ellos sí se aplica el
mandamiento de Jesús de “Amar al enemigo” y aquí debemos precisar de qué manera
debemos cumplir este mandamiento, que es eminentemente de orden espiritual. Para
saber cómo obrar ante nuestros enemigos personales, debemos ante todo tener en
cuenta que nosotros, por el pecado original y por cualquier otro pecado que cometamos,
nos convertimos en enemigos de Cristo y con nuestros pecados le hacemos el mal,
porque lo crucificamos cada vez que pecamos y Cristo, en vez de condenarnos,
pide perdón al Padre por nosotros: “Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen” y Dios Padre, en vez de castigarnos como lo merecemos por crucificar a
su Hijo con nuestros pecados, nos perdona por medio de la Sangre derramada por
su Hijo en la cruz, Sangre que se vierte a su vez en nuestras almas a través
del Sacramento de la Penitencia. Entonces, así como Cristo nos perdona desde la
Cruz, así debemos nosotros, con ese mismo perdón, perdonar a nuestros enemigos
personales, diciendo interiormente a nuestros enemigos: “Fulano de tal, te
perdona en nombre de la Sangre de Cristo derramada en la Cruz”. Además, debemos
pedir la gracia de no guardar rencor, enojo y mucho menos deseos de venganza,
contra nuestros enemigos. Solo así, imitando a Cristo que nos perdona desde la cruz
siendo nosotros sus enemigos, perdonaremos a nuestros enemigos en nombre de
Cristo y tenderemos a la perfección cristiana, como nos pide Cristo en el
Evangelio: “Sed perfectos, como vuestro Padre en el cielo es perfecto”.
[3] “Corría el invierno de 1973 cuando
tuvo lugar una interesante disertación por parte del teniente general
Juan Domingo Perón, en la cual el fundador del Movimiento Peronista
–exhibiendo una amplia sonrisa y gran satisfacción– explicaba públicamente,
con gran admiración, las enseñanzas del líder chino Mao Tse Tung respecto
de que lo primero que debía discernir un hombre cuando conduce –y se refería a
la conducción política– era establecer, claramente, cuáles eran sus amigos y
cuáles sus enemigos; agregando –como un pensamiento ya propio– que,
consecuentemente, el conductor debía dedicarse a darles “…a los amigos todo, y
a los enemigos… ni justicia. Porque en esto no se puede tener dualidad”.”; cfr.
ibidem.
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