“El Hijo del hombre debe morir para resucitar (…) pero
ellos no entendían lo que les decía” (Mc 9, 30-37). Jesús les revela
proféticamente a sus discípulos su misterio pascual de muerte y resurrección;
les anuncia que Él debe padecer mucho y morir para luego resucitar, pero ellos,
sus discípulos, “no entendían” lo que Jesús les decía.
Los discípulos de Jesús no entienden lo que Jesús les
dice, porque están aferrados a esta vida terrena; no entienden porque no piensan
en la vida eterna; no entienden porque ni siquiera se les pasa por la cabeza,
aun cuando Jesús en persona se los revela, que su Maestro, Jesús, habrá de ser
traicionado y habrá de morir en la cruz, con una muerte dolorosísima y humillante,
para luego resucitar y así abrir para los hombres las puertas del Cielo,
cerradas hasta ese momento por el pecado original de Adán y Eva. Los discípulos
de Jesús están cómodos y contentos con la vida terrena que llevan, no quieren
mayores complicaciones que las que proporciona la vida cotidiana y es por eso
que ni siquiera se atreven a preguntar en qué consiste aquello que Jesús les
revela. No saben que ellos mismos, excepto el traidor, Judas Iscariote, cuando
reciban la gracia que viene de lo alto, comprenderán el misterio pascual de
Jesús y ofrecerán sus vidas por Jesús.
“No entendían lo que les decía”. Lo mismo que el
Evangelio dice de los discípulos de Jesús, eso mismo se puede decir de los
hombres de hoy: no entienden -o no quieren entender- lo que la Iglesia les
anuncia: la Iglesia les anuncia que es necesario unir la vida propia a la Cruz
de Jesús para alcanzar el Reino de los cielos; la Iglesia anuncia que sin los
sacramentos de la Iglesia, no es posible alcanzar la vida eterna; la Iglesia anuncia
que el hombre tiene un alma que salvar, un Cielo que ganar y un Dios al cual
adorar, pero el hombre de hoy hace oídos sordos al anuncio de la Iglesia y prefiere
hacer de cuenta que todo sigue igual, que esta vida terrena está para ser
vivida de acuerdo a los dictados del mundo y no según los mandamientos de Cristo;
el hombre de hoy prefiere no entender o más bien desentenderse de lo que Jesús
dice en el Evangelio, para así vivir según sus gustos, sus pasiones, buscando
el bienestar terreno, sin pensar en la eternidad. Es muy fatigoso, para el
hombre de hoy, pensar en la eternidad, una eternidad que puede ser de gozo,
pero también de dolor y así prefieren hacer de cuenta que Jesús no existe y que
sus mandamientos son meras indicaciones de un rabbí judío que ya pasaron
de moda. Los hombres de hoy eligen vivir en la ignorancia del más allá, de los
novísimos -muerte, juicio, infierno, purgatorio, cielo- y por eso repiten voluntariamente
la actitud de incredulidad de los discípulos de Jesús, al punto que dicen: “No
queremos entender lo que nos dice Jesús”.
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