(Domingo V - TO - Ciclo A – 2023)
“Vosotros
sois la luz del mundo y la sal de la tierra” (Mc 5, 13-16). Jesús nos
dice a nosotros, los cristianos, que somos “luz del mundo” y “sal de la tierra”,
dos características que se deben interpretar en un sentido espiritual y
sobrenatural obviamente.
Para comprender
un poco mejor la enseñanza de Jesús, debemos considerar que este mundo en el que
vivimos, está sumergido en tinieblas, pero no en las tinieblas cósmicas, las
tinieblas que sobrevienen cuando se oculta el sol, sino unas tinieblas preternaturales,
angélicas, las tinieblas que son los ángeles caídos, que son sombras vivientes
que viven para difundir el odio y el mal en el corazón del hombre. Sin la luz
de Dios, el mundo está sumergido por estas tinieblas vivientes, los demonios:
imaginemos una noche oscura, sin luz artificial de ninguna clase, con nubes
oscuras y densas que no permiten la luz de la luna, así y mucho más todavía, es
este mundo sin Dios. El cristiano está llamado a iluminar a este mundo envuelto
en las siniestras sombras vivientes, pero la forma de hacerlo es por medio de
la gracia santificante, que en sí es participación a la luz divina, es recibida
por el alma por los sacramentos -sobre todo la Confesión Sacramental y la
Eucaristía- y es comunicada por el bautizado por medio de las obras de
misericordia, obras que hay que saber qué es lo que son, ya que no se trata de
meras obras buenas humanas, realizadas por movimientos sociales, gobiernos u
Organizaciones No Gubernamentales, ya que todas estas obras no iluminan al
mundo con la luz de Cristo.
Las obras
de misericordia son luz espiritual, sobrenatural, divina, siempre que se hagan
en Nombre de Jesús, porque así lo dice Él: “Un vaso de agua que déis en Mi
Nombre, no quedará sin recompensa”. Aquí hay que diferenciar la obra de
misericordia, que ilumina espiritualmente al mundo y nos abre las puertas del
Reino de los cielos, con la filantropía, las obras realizadas por motivos
puramente humanos, con fines humanos y que no tienen valor para alcanzar el
Reino de los cielos, como por ejemplo, las obras buenas realizadas por movimientos
sociales, o por ONGs, o por gobiernos incluso nacionales: ninguna de estas
obras tiene valor para alcanzar el Reino de Dios. La obra de misericordia, sea
corporal o espiritual, debe ser realizada “en el Nombre de Jesús, por Jesús,
para Jesús” y no por otro motivo; además, no debe ser pregonada, de modo que sea
solo Dios quien la vea y sea Él quien nos recompense, ya que no debemos nunca
buscar la recompensa de los hombres. Una obra de misericordia, por ejemplo, es “dar
consejo al que lo necesita”: así le sucedió a un estudiante universitario que luego
ingresó en el seminario: se le acercó una tarde un hombre, que le dijo que tuvo
el impulso de entrar en la iglesia y de hablar específicamente con él; le hizo
preguntas de orden espiritual, el joven le contestó hablándole de Jesús, de la Virgen,
de la necesidad de la oración y de los sacramentos y hubo algo en la respuesta del
joven que le hizo decir al hombre: “Yo tenía la intención de ir ahora a
suicidarme, pero lo que me acaba de decir me ha hecho desistir y voy a emprender
el camino de la conversión”. Eso es obra de misericordia espiritual, la obra
buena que se realiza en el Nombre de Jesús, por Él y para Él. Los santos son
ejemplos vivientes de obras de misericordia y esas obras son las que iluminan
al mundo en tinieblas. Una obra de misericordia es luz espiritual, celestial, que
ilumina al mundo en tinieblas con la luz de la gloria de Dios, como dice Jesús:
“Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. La obra de misericordia es luz
espiritual, que alumbra a las tinieblas del mundo con la gloria de Dios. A esto
se refiere Jesús cuando dice: “Ustedes son la luz del mundo”. El cristiano es
luz del mundo cuando obra la misericordia para con el prójimo en el Nombre de Jesús.
Lo mismo se dice de la sal: si una comida no tiene sal, es insípida, no tiene
sabor: así esta vida terrena, sin la fe en Cristo y sin su misericordia
comunicada por obras, es una vida sin sentido, oscura, sin sabor, aun cuando
abunden las riquezas materiales.
“Vosotros
sois la luz del mundo y la sal de la tierra”. Pidamos la gracia de iluminar al
mundo sumergido en las tinieblas demoníacas, por medio de las obras de
misericordia corporales y espirituales, pero para eso, nuestras obras deben
cumplir los siguientes requisitos: ser hechas en Nombre de Jesús, por amor a
Él, viendo a Él misteriosamente presente en los más necesitados y recibir a su
vez nosotros, previamente, la luz del Ser divino trinitario de Cristo, que se
nos comunica por medio de los Sacramentos, sobre todo la Confesión Sacramental
y la Eucaristía. Sólo así podremos iluminar al mundo con la Luz Eterna de
Nuestro Dios, Jesús Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario