(Domingo
VI - TO - Ciclo A – 2023)
“Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no
entraréis en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 5,
20-22ª.27-28.33-34ª.37). Jesús nos advierte, a los cristianos, que, si no somos
mejores que los escribas y fariseos, no entraremos en el Reino de los cielos y
para que sepamos de qué se trata, nos da dos ejemplos concretos: el trato con
el prójimo y el trato con Dios, precisamente las dos grandes fallas de la
espiritualidad de los escribas y fariseos.
Jesús trae a colación uno de los mandamientos, el de “no
matar”: si antes de Jesús bastaba con no matar, con no cometer un homicidio, para
ser justos delante de Dios, ahora, a partir de Jesús, eso ya no basta, ya no
basta con no quitar la vida al prójimo, ahora, quien piense mal del prójimo, o
quien se enoje interiormente con su prójimo, es decir, quien esté enfrentado a
su prójimo, en su interior guarda rencor contra él, o lo insulta interiormente,
aun sin quitarle la vida, ya solo con eso, con pensar mal o con mantener rencor
contra su hermano en Cristo, comete una falta contra Dios.
El otro mandamiento citado por Jesús es el que prohíbe el
adulterio: “no cometerás adulterio”. Si antes de Jesús bastaba con no cometer
adulterio materialmente para ser justos ante Dios, ahora, a partir de Jesús,
esto ya no es suficiente, porque comete pecado no solo quien no comete
adulterio explícitamente, sino que lo comete aquel que en su pensamiento y en
su deseo es adúltero, aun sin hacerlo materialmente.
Como podemos ver, a partir de Jesús, la santidad es mucho
más difícil de alcanzar, porque Dios exige más para que el hombre sea santo. La
razón de esta profundización de la exigencia de santidad es que, a partir de
Jesús, el alma recibe la gracia santificante, que se comunica por los sacramentos
y lo que hace la gracia es hacer partícipe al alma de la vida divina del Ser
divino trinitario. Esto quiere decir que, por la gracia santificante, el alma
se encuentra ante la Presencia de Dios, estando en esta tierra y en esta vida
terrena, de un modo análogo a como los santos y ángeles se encuentran ante la
Presencia de Dios en el Reino de los cielos. Por esta razón, las faltas cometidas
no solo ya exteriormente sino interiormente, en lo más profundo del alma, son
faltas cometidas ante la Presencia de Dios y es por eso que ser cristianos es
mucho más exigente, porque el alma, por la gracia, está ante la Presencia de
Dios y así el alma es “vista”, por Dios, por así decirlo, con mucha más intensidad
y es también amada con más intensidad por Dios. que el alma esté ante la
Presencia de Dios por la gracia santificante significa, ante todo, que nuestros
pensamientos más íntimos y recónditos, aquellos que solo nosotros conocemos, son
proclamados ante Dios con toda claridad, así como cuando alguien se sube a la
azotea de su casa y comienza a pregonar a toda voz.
“Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no
entraréis en el Reino de los cielos”. Puesto que por nosotros mismos no somos sino
oscuridad y pecado, es la gracia santificante, recibida por los sacramentos, lo
que nos hace ser santos, porque nos hace partícipes de la vida divina
trinitaria, que es la Santidad Increada en Sí misma. Es la gracia la que nos
permite obrar con la sabiduría y el amor divinos; sin la gracia de los
sacramentos, somos peores aun que los escribas y fariseos; sin la gracia santificante que nos conceden los sacramentos, no tendremos la sabiduría y el amor divinos necesarios para el Reino de Dios y así no podremos entrar en el Reino de los cielos.
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