(Ciclo A – 2023)
Con la celebración
del ritual de imposición de cenizas el día llamado por eso “Miércoles de
cenizas”, la Iglesia Católica inicia el tiempo litúrgico denominado “Cuaresma”,
tiempo dedicado a la preparación interior, espiritual, por medio de la
penitencia, el ayuno, la oración y las obras de misericordia, para no solo conmemorar, sino ante todo participar, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
La imposición
de cenizas simboliza penitencia y arrepentimiento: arrepentimiento
de nuestros pecados, porque nuestros pecados se traducen en la crucifixión del
Señor y son manifestación de la malicia que anida en nuestros corazones, como
consecuencia del pecado original, según las palabras de Jesús: “Es del corazón
del hombre de donde salen toda clase de pecados” y penitencia, como signo de
que estamos arrepentidos de los pecados cometidos y que deseamos vivir una vida
nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, caracterizada por el
horror al pecado, cualquiera que sea este.
En el momento de la imposición de la ceniza, el sacerdote
traza una cruz sobre la frente de los fieles, mientras repite las palabras “Conviértete
y cree en el Evangelio” o “Recuerda que polvo eres y en polvo te has de
convertir”; en ambas oraciones, la Iglesia nos recuerda, a través del
sacerdote, que estamos en esta tierra solo de paso y que nuestra morada
definitiva y eterna es el Reino de los cielos[1].
Cuando el sacerdote dice: “Conviértete y cree en el
Evangelio”, nos está repitiendo las mismas palabras de Jesús en el Evangelio: “Conviértanse
y crean en el Evangelio”. Si Jesús nos pide que nos convirtamos, es porque no
estamos convertidos. ¿En qué consiste la conversión? En dejar de mirar a las
cosas bajas de la tierra, para elevar la mirada del alma al Sol de justicia,
Jesús Eucaristía, por eso Jesús y la Iglesia nos piden la verdadera conversión,
que es la “conversión eucarística”, el giro del alma por el cual deja de interesarse
y de mirar las cosas de la tierra, para comenzar a contemplar a Jesús
Eucaristía, el Camino, la Verdad y la Vida. También Jesús y la Iglesia nos piden:
“Creer en el Evangelio”, que en nuestro caso implica también creer en la Tradición
de los Padres de la Iglesia y en el Magisterio, y si necesitamos creer en el Evangelio,
es porque creemos en otra cosa que no es el Evangelio: creemos en ideologías
políticas, creemos en nuestras propias ideas, creemos en cualquier cosa, pero
no creemos en el Evangelio, en la Palabra de Dios, que es la que debe guiar y
orientar nuestro obrar cotidiano como cristianos.
La otra frase que puede decir el sacerdote al imponer las
cenizas es: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” y si la Iglesia
nos lo recuerda, es porque lo olvidamos con frecuencia: olvidamos que estamos
de paso en esta vida terrena; olvidamos que cada día que pasa, es un día menos
que nos falta para nuestra muerte, día en el que será para nosotros el día más
importante de nuestras vidas, paradójicamente, porque ese día nos encontraremos
cara a cara con el Justo Juez, Cristo Jesús, Quien pronunciará la sentencia
definitiva, después de examinar nuestras obras, que determinará nuestra
eternidad, o el cielo o el infierno. Debemos recordar que somos polvo, en el
sentido de que nuestro cuerpo material es frágil y cuando el alma se desprende de
él, provocando el fenómeno que llamamos “muerte”, este cuerpo físico, terreno -que
tanto nos preocupa mantenerlo sano, al que tanto cuidamos con dietas y
ejercicios, descuidando la salud del alma y la fortaleza y nutrición del alma
que nos concede la Sagrada Eucaristía-, comienza inmediatamente un proceso de
descomposición orgánica que lo lleva a convertirse en literalmente polvo, es
decir, en nada. La Iglesia nos recuerda que somos polvo y al polvo
regresaremos, para que no nos preocupe tanto la salud y el bienestar del
cuerpo, como la salud y el bienestar del alma; si nutrimos el cuerpo, mucho más
debemos nutrir al alma con alimentos espirituales, la oración, la penitencia,
el ayuno y sobre todo la gracia santificante que nos conceden el Sacramento de
la Penitencia y la Sagrada Eucaristía.
Por último, en el tiempo de Cuaresma, la Iglesia como Cuerpo
Místico del Señor, ingresa junto con Él en el desierto por cuarenta días, para
prepararnos, junto con Cristo, a los sagrados misterios de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En estos cuarenta días de duración de
la Cuaresma, la Iglesia participa de los cuarenta días que pasó Jesús en el
desierto, haciendo ayuno, oración y penitencia y es eso lo que debemos hacer
como integrantes del Cuerpo Místico: ayuno, oración y penitencia, en unión con
Nuestro Señor Jesucristo. De esa manera, unidos a Cristo en el desierto y fortalecidos
por su gracia, podremos vencer nuestras pasiones depravadas, seremos protegidos
de las acechanzas y perversidades del demonio y estaremos en grado de participar del misterio salvífico de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor
Jesucristo.
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