(Domingo I - TC - Ciclo A - 2023)
“Jesús fue
llevado por el Espíritu Santo al desierto, para ser tentado por el Diablo” (Mt 4, 1-11). El Espíritu
Santo lleva a Jesús al desierto para que Jesús se prepare, por medio de la
oración, el ayuno y la penitencia, para los cruentos días de su Pasión y Muerte
en cruz, pero también lo lleva para que sea tentado por el espíritu maligno por
excelencia, el Ángel caído, Satanás, según lo dice explícitamente el Evangelio:
“Fue llevado al desierto para ser tentado por el Diablo”. Y el Diablo, uno de
cuyos nombres es el de “Tentador”, al ver a Jesús, prontamente se acerca a Él,
para tratar de hacerlo caer por medio de las tentaciones que él, con su
inteligencia angélica maligna, ha ideado. Hay que decir que era absolutamente
imposible, de toda imposibilidad, que Jesús cayera en ninguna de las
tentaciones, pero si Jesús se deja tentar, es para que nosotros tomemos ejemplo
de cómo actuar frente a las tentaciones. A partir de Jesús, nadie puede decir: “la
tentación es más fuerte que mis fuerzas”, porque Jesús nos demuestra que la
fuerza para no caer en la tentación no viene de nuestras fuerzas, sino de Dios.
La primera
tentación es la de la gula y la satisfacción del apetito sensible en general, pero es también la tentación del materialismo y de la visión
relativista de la vida, que hace ver a esta vida como si fuera la única y que
hace olvidar que tenemos un alma que alimentar, además del cuerpo: “Que estas
piedras se conviertan en panes”. Jesús le responde citando las Escrituras, en
donde implícitamente se recuerda que el hombre tiene un alma para alimentar y que
ese alimento es la Palabra de Dios, que en nuestro caso, como católicos, no es
solo la Sagrada Escritura, porque esa es la Palabra de Dios escrita, sino
también la Eucaristía, porque la Eucaristía es la Palabra de Dios encarnada,
que nos alimenta con un alimento super-substancial, el Cuerpo, la Sangre, el Alma
y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
La segunda
tentación es la de la presunción, tentación que nos hace creer que porque somos
bautizados, porque nos confesamos cada tanto y comulgamos, ya estamos salvados
y no hace falta nada más, llevándonos así a descuidar las obras de misericordia y
en definitiva haciéndonos perder el horizonte de una posible condenación eterna
si no perseveramos en la fe y en las buenas obras, pensando que con lo poco que
hacemos ya es suficiente para ganar el Reino de los cielos: “Tírate abajo,
porque los ángeles cuidarán de ti”. Tambipen es la presunción de quien posterga la conversión, abusando de la Divina Misericordia: "No importa si peco, al fin de cuentas, Dios me va a perdonar igual porque es misericordioso", olvidando que Dios es también Justicia Divina e infinita. Entonces, la segunda tentación consiste en no obrar la misericordia, necesaria para entrar en el Reino de los cielos y en posponer la conversión, abusando temerariamente de la Misericordia Divina. Jesús le responde también citando las Escrituras:
“No tentarás al Señor, tu Dios” y así nos recuerda que tentamos a Dios cuando
nos volvemos indolentes para con nuestra salvación eterna y la de nuestros
hermanos, pensando que Dios hará por nosotros lo que nosotros por arrogancia y excesiva
confianza no hacemos. Es en la Eucaristía en donde encontramos la Sabiduría
Divina para obrar según la voluntad de Dios y el Amor necesario para ser
misericordiosos y así salvar nuestras almas, sin ningún tipo de presunción.
La tercera
tentación es la de la vanagloria, el poder, la fama, el dinero y el éxito, a
cambio de la adoración a él, el Ángel caído: “Te daré todas estas ciudades si,
postrándote, me adoras”. Jesús le responde también citando las Escrituras: “Al Señor,
tu Dios, adorarás y solo a Él rendirás culto”. De esta manera, Jesús nos
recuerda que al Único al que debemos adorar, al Único frente al cual se deben
doblar nuestras rodillas, es a Él, Nuestro Señor Jesucristo, Dios Hijo
encarnado por obra del Espíritu Santo, en cumplimiento del misterio salvífico
ordenado por Dios Padre. Sólo ante Jesús Eucaristía debemos doblar las rodillas
y solo en Jesús Eucaristía está toda nuestra riqueza, todo nuestro deseo, todo
nuestro amor, toda nuestra adoración. Frente a Jesús Eucaristía, el Dios del
sagrario, toda la riqueza del mundo es solo un poco de tierra que se desvanece
con un soplo de viento; sin la Eucaristía, de nada nos vale poseer todo el
mundo, ya que el mundo es igual a nada sin Jesús Eucaristía y por el contrario,
si tenemos a Jesús Eucaristía, aunque no poseamos nada materialmente, aunque
estén incluso por quitarnos la vida, si poseemos a Jesús Eucaristía, lo
poseemos todo, porque la Eucaristía es Dios encarnado y Dios es todo lo que necesitamos,
en esta vida y en la vida eterna.
“Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el
Diablo”. La Iglesia coloca el Evangelio de las tentaciones de Jesús al inicio
de la Cuaresma no por casualidad, sino porque la Iglesia, como Cuerpo Místico
de Jesús, participa de la oración y del ayuno de Jesús y también participa de
las tentaciones del Demonio; por esto mismo, debemos tener presente que la
fuente de todas las virtudes necesarias para superar los Cuarenta días de ayuno
se encuentran en el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, Pan que debe ser
recibido con el alma en gracia, luego de acudir al Sacramento de la Penitencia.
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