(Domingo V - TC - Ciclo B – 2024)
“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré
a todos hacia Mí” (cfr. Jn 12, 20-33).
Jesús está revelando proféticamente qué es lo que sucederá cuando Él sea crucificado
en el Monte Calvario. Es verdad que cuando Él sea crucificado, todos los que
asistan a la crucifixión en ese momento, levantarán sus cabezas para contemplarlo
a Él crucificado, pero Jesús no se está refiriendo a este hecho solamente. El
momento de la crucifixión de Jesús es un hecho inédito en la historia de la humanidad,
en donde Aquel que es crucificado no es un hombre bueno o santo, sino Dios Tres
veces Santo y esto supone el desencadenamiento de fuerzas divinas, celestiales
y sobrenaturales que, desprendiéndose de la Cruz, se irradian sobre toda la
humanidad, traspasando el espacio y el tiempo, extendiéndose desde Adán y Eva
hasta el Día del Juicio Final y atravesando toda la historia humana, desde el
Génesis hasta el Apocalipsis. La crucifixión del Hombre-Dios Jesucristo es un
acontecimiento pleno de sucesos sobrenaturales que la humanidad ni siquiera
puede imaginar: mientras exteriormente todos ven a un hombre crucificado, en la
realidad del mundo espiritual, se desprende del Corazón traspasado del Cordero
de Dios una fuerza divina, celestial, que atrae literalmente a toda la
humanidad hacia Sí mismo, como si de un poderoso imán de almas se tratase: “Cuando
sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, y en ese ser atraídos todos hacia
Él, como el que los atraerá será el Espíritu Santo, que iluminará las mentes de
los hombres, todos los que sean atraídos hacia Jesús sabrán que Él es Dios:
“Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre sabréis que Yo Soy”: el “Yo
Soy” es el nombre propio de Dios con el que los judíos conocían a Dios; por lo
tanto, Jesús está diciendo claramente que Él es Dios y que cuando sea crucificado,
atraerá a todos hacia Él y todos sabrán que con sus pecados crucificaron a Dios.
“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré
a todos hacia Mí”. Todos los hombres de todos los tiempos serán atraídos,
porque su Corazón traspasado será como la compuerta de un dique que se abre,
para dejar pasar al Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino, que en un
doble movimiento de descenso desde el Corazón de Jesús y luego de ascenso hacia
Él, llevará hacia Jesús, atraerá hacia Jesús, y de Jesús al Padre, a toda la
humanidad, sin exceptuar a ninguno y todos sabrán que Jesús es Dios, porque
Jesús se aplica a sí mismo el nombre con el que los judíos conocían a Dios: “Yo
Soy”. Pero el hecho de que Jesús los atraiga para que sepan que Él es Dios y
que los hombres crucificaron a Dios con sus pecados, no es para que permanezcan
en ese estado, sino para que movidos por el Espíritu Santo, se arrepientan de
sus pecados y por la oración, la penitencia y el amor, vuelvan al seno del
Padre, por el Amor del Espíritu Santo, en el Corazón de Jesús.
Ambos efectos de la crucifixión -la
atracción de los hombres y el subsecuente arrepentimiento y contrición- están
anticipados en el profeta Zacarías, en donde se describe proféticamente el
Viernes Santo, día de la crucifixión del Cordero de Dios –“me mirarán a Mí, a
quien traspasaron”-, día que será de luto para la humanidad, pero también será día
de gracia y de bendición, porque del Corazón traspasado del Cordero se
derramará sobre los hombres “un espíritu de gracia y de oración”, es decir, se
derramará la Sangre del Cordero, y con la Sangre del Cordero, el Espíritu
Santo, el “Espíritu de gracia y de oración” que penetrando en los corazones de
los hombres, les concederá la gracia de la contrición del corazón, profetizada
en el llanto. Dice así admirablemente, la profecía de Zacarías, profetizada VI
siglos antes de Cristo: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los
habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración. Me mirarán a mí, a
quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único y llorarán como
se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén (Za 12, 10-11)”. No puede ser más clara y
directa la referencia a la crucifixión del Señor Jesús: “Me mirarán a Mí, a
quien traspasaron (…) llorarán como se llora al primogénito”. El llanto y el
luto de saber que dimos muerte al Cordero de Dios, debe dar paso a la alegría
de saber que el mismo Dios a Quien traspasamos con nuestros pecados, nos
perdona y derrama sobre nosotros su Divina Misericordia: “derramaré un espíritu
de gracia y de oración”.
Por esto, las palabras de Jesús
podrían quedar: “Cuando sea traspasado, desde mi Corazón traspasado derramaré
sobre ustedes un Espíritu de gracia y de oración, que los atraerá hacia Mí, su
Dios y así arrepentidos de sus pecados recibirán el Fuego del Divino Amor, el
Espíritu Santo”. En otras palabras, en el momento de la crucifixión, se
derramará sobre los hombres el Espíritu Santo, que concederá la gracia de la
conversión a quien contemple a Jesús crucificado, tal como le sucedió por ejemplo
a Longinos, el soldado romano que atravesó al Sagrado Corazón con su lanza. Por
último, debemos agregar que la Misericordia Divina es infinita y eterna, no
tiene tiempo ni espacio y actúa en todo tiempo y espacio y también llega a
nosotros a través de la liturgia eucarística de la Santa Misa: puesto que la
Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del sacrificio del
Calvario, sacrificio en el cual se derrama el Espíritu Santo a través de la
Sangre del Corazón traspasado, también en la Santa Misa, en la elevación de la
Hostia consagrada, se repite el mismo prodigio de la elevación del Señor en la
Cruz, y es así como la Iglesia dice: “Cuando sea levantada en alto la
Eucaristía, Jesús Eucaristía derramará desde su Sagrado Corazón Eucarístico el
Espíritu Santo, espíritu de gracia, de conversión, de oración, de piedad, de
amor”.
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