(Domingo III - TC - Ciclo B - 2024)
“No
hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio” (Jn 2, 23-25). Jesús
expulsa a los mercaderes del Templo, a aquellos que habían convertido un lugar
sagrado en un lugar profano; expulsa a aquellos que habían olvidado al
Verdadero Dios y lo habían intercambiado por el dios falso, el dios dinero.
Jesús los expulsa y lo hace de modo violento, contrariando la imagen dulzona,
bonachona, caricaturesca y falsamente pacifista que el modernismo eclesiástico
ha introducido en el seno de la Iglesia Católica. El episodio de la expulsión
de los mercaderes del Templo nos deja varias enseñanzas, una de ellas es que el
cristianismo es pacífico, pero no pacifista, es decir, no es pacífico a
ultranza, no busca la paz a cualquier precio, y mucho menos al precio de
traicionar a la Verdad Revelada.
Los
judíos le piden a Jesús que les dé un signo para que justifique su obrar y
Jesús les anticipa el signo de su Resurrección: “Destruyan este Templo -el
templo que era su Cuerpo- y en tres días lo reconstruiré”. Jesús estaba
hablando del Templo Sacratísimo de su Cuerpo, Morada Santa de la Trinidad: si
ellos lo destruían, tal como lo iban a hacer por medio de la Pasión y la
Crucifixión, Él, Jesús, con su Divino Poder, lo iba a reconstruir, con un
esplendor divino, sobrenatural, visible, en tres días, al resucitar glorioso,
al salir triunfante, vivo y glorioso, luego de derrotar para siempre a los tres
grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado.
Otro
elemento que podemos observar en esta escena es el significado sobrenatural que
tiene para la vida espiritual: el templo representa al cuerpo y el alma
humanos, convertidos en Templo del Espíritu Santo por el Bautismo, pero el cual
ha sido desfigurado y desnaturalizado por el hombre a causa del pecado y por
haber perdido la gracia: así, las bestias irracionales -los bueyes, las
palomas, las ovejas, etc.-, representan a las pasiones humanas -ira, envidia,
gula, pereza, lujuria, etc.- que, sin el control de la razón y mucho menos de
la gracia, toman el control e invaden el templo del Espíritu Santo, expulsando
al Espíritu Santo; las necesidades fisiológicas de los animales -el excremento,
la orina-, como así también el olor que emanan y los sonidos que emiten
-balidos, mugidos, etc.-, todo lo cual afea y provoca repugnancia en un lugar
sagrado como el templo, son una representación de la fealdad del pecado, tal
como lo percibe Dios en su santidad y también de la repugnancia que a Dios le
provoca el pecado en el alma del cristiano, de aquel a quien Él había elegido
para ser su morada santa en la tierra y ahora, por propia decisión, lo expulsó
de sí mismo para dar lugar al pecado; el dinero de los cambistas representa a la
avaricia, al amor por el dinero, por el lujo, por la ostentación, por la
riqueza material, todo lo cual ahoga al espíritu y lo vuelve incapaz del amor
espiritual tanto hacia el prójimo como hacia Dios, contrariando el diseño
original divino, de ahí la furia de Jesús, que ve cómo el corazón humano,
creado por Él en unión con el Padre y el Espíritu Santo para que sea trono de
Jesús Eucaristía, se convierte en la sede inmunda de un dios falso, el dios
mamón, el dios dinero, el dios fabricado por el hombre, un dios que es falso
pero que en su falsedad es tan poderoso para el hombre débil, que es capaz de
doblegar al hombre y hacer que este lo adore, en lugar de que adore al
Verdadero Dios, Jesús Eucaristía, por eso la advertencia de Jesús: “No se puede
servir a Dios y al dinero”, porque el corazón humano es un trono que está hecho
para un solo señor: o está en él Dios, Jesús Eucaristía, o está el dinero; no
pueden coexistir los dos al mismo tiempo, porque como dice Jesús, se amará a
uno y se aborrecerá al otro y viceversa. Las bestias y la fealdad que
representan que las mismas estén en un lugar sagrado, dedicado a Dios,
profanando el lugar sagrado y desacralizándolo, es decir, invirtiendo su
cometido original que es adorar a Dios para adorar al Demonio, representan
también el consumo de substancias nocivas -alcohol, drogas-, como la impresión
de tatuajes en la piel, porque los tatuajes son un modo de consagración al
demonio, aun cuando el que se realiza el tatuaje no tenga la intención ni el
deseo de hacerlo, por eso es que el cristiano no debe realizarse ningún
tatuaje, ni siquiera con motivos religiosos.
“No hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio”.
La expulsión de los mercaderes del Templo debe hacernos reflexionar en la
condición de nuestros cuerpos y de nuestras almas como templos del Espíritu
Santo y de nuestros corazones como altares y tronos de Jesús Eucaristía. No nos
pertenecemos a nosotros mismos, somos propiedad de la Santísima Trinidad, no
profanemos lo que es sagrado, lo que es propiedad de la Trinidad, la morada
santa, conservemos nuestros corazones en gracia, para que sean en el tiempo y
en la eternidad lo que Jesús, desde la eternidad, quiso que fueran: tronos de
la Sagrada Eucaristía.
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