(Domingo IV - TC - Ciclo B – 2024)
“Es
necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que
cree en Él, tenga vida eterna” (Jn 3, 14-21). Jesús
recuerda el episodio del Pueblo Elegido en el desierto, cuando fueron atacados
por serpientes venenosas y, por indicación divina, Moisés construyó una
serpiente de bronce y la levantó en alto, de modo que todo el que la miraba,
quedaba curado de la mordedura venenosa de las serpientes. Este episodio de
Moisés y del Pueblo Elegido, en el que el Pueblo Elegido es atacado por
serpientes venenosas en su peregrinación hacia la Tierra Prometida, es figura y
anticipación de la crucifixión de Jesús y esa es la razón por la que Jesús trae
a colación el hecho. Para entender la analogía, debemos reflexionar sobre el
episodio de Moisés y las serpientes en el desierto: las serpientes son los
demonios, los que peregrinan en el desierto somos los integrantes del Nuevo
Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica; el desierto es esta vida
terrena, es el tiempo y el espacio de la historia humana, que desemboca en
final del vértice espacio-tiempo, en la convergencia del espacio-tiempo, en la
eternidad divina; la Jerusalén terrena a
la que se dirige el Pueblo Elegido en su peregrinar por el desierto es imagen
de la Jerusalén celestial a la que nos dirigimos nosotros, el Nuevo Pueblo Elegido,
los bautizados en la Iglesia Católica, la Jerusalén del Cielo, cuya Lámpara es
el Cordero de Dios; el veneno de las serpientes es el pecado mortal; las
mordeduras de las serpientes son las tentaciones demoníacas; la serpiente de
bronce que Moisés eleva y que sana milagrosamente a quien la ve, es
representación de Jesús crucificado, quien desde la Cruz da la vida eterna a
quien arrodillado ante la Santa Cruz lo contempla con fe, con amor y devoción,
recibiendo de Él la Vida divina, la Vida de la Gracia, la Vida Eterna, que se
comunica por la Sangre que brota de sus heridas abiertas en manos y pies por
los clavos y de las heridas de su Costado traspasado por la lanza del soldado
romano.
Así como los miembros del Pueblo Elegido, por un milagro
divino, eran curados de las mordeduras de las serpientes venenosas por la
serpiente de bronce que elevaba Moisés en lo alto, así, de manera análoga,
es desde la cruz de donde el alma obtiene la vida divina, la vida eterna, el
perdón de los pecados y la santificación del alma, por medio de la Gracia
Santificante que brota junto con la Sangre de Jesús crucificado, elevado en lo
alto en el Santo Sacrificio del Calvario y es por esto que debemos postrarnos
ante Jesús crucificado, cuando sintamos el ardor de las pasiones y la acechanza
o incluso la mordedura de las serpientes, los ángeles caídos, los demonios.
“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en
alto, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna”. Quien se arrodilla
ante Jesús crucificado con un corazón contrito y humillado, obtienen de Él su
Gracia, que se derrama sobre su alma a través de la Sangre Preciosísima del
Cordero que se derrama desde sus heridas abiertas y sangrantes. Pero
Jesús, además de estar en la Cruz, se encuentra también en la Eucaristía y en
la Eucaristía está en Persona y es por esta razón que, quien contempla a Jesús
Eucaristía, recibe también de su Sagrado Corazón Eucarístico la vida divina, la
vida eterna, la vida de su Sagrado Corazón Eucarístico, la vida misma de la
Santísima Trinidad. Adoremos a Jesús, tanto en la Cruz como en la Eucaristía y
así no solo seremos curados de las tentaciones y protegidos de las acechanzas
del demonio, sino que ante todo obtendremos la vida eterna, la vida de Dios Uno
y Trino, la Vida divina, eterna y gloriosa del Cordero de Dios, Cristo Jesús en
la Eucaristía.
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