“Hemos encontrado a Jesús; hemos
encontrado al Mesías del que hablaron los profetas” (cfr. Jn 1, 35-47). La frase de San Andrés expresa un misterio
insondable, a la par que encierra una alegría de origen sobrenatural,
celestial, porque haber encontrado al Mesías del que hablaban los profetas significaba
haber encontrado al Salvador, a Aquel que habría de derrotar al ángel caído y a
sus huestes infernales, que tenían aprisionadas entre sus garras a la humanidad
entera; haber encontrado al Mesías significaba el inicio del cumplimiento de
las profecías mesiánicas, profecías que anunciaban la derrota de las tinieblas
y de las sombras de muerte, y el inicio de una nueva era, una era de paz, de
bondad entre los hombres, de ausencia de odio y de enemistad, de amor y de
fraternidad universales, porque los hombres se reconciliarían con Dios y entre
sí; haber encontrado al Mesías significaba empezar a ver cumplirse las
profecías mesiánicas, que anunciaban la llegada, para los hombres, de un nuevo
amanecer de luz, luz que traería consigo vida y vida eterna, porque esa luz era
la luz de Dios, que es vida y vida eterna.
Es por esta razón que Felipe, al
decir: “Hemos encontrado a Jesús; hemos encontrado al Mesías del que hablaron
los profetas”, experimenta en sí mismo una gran alegría, una gran paz, y un
gran deseo de comunicar a todos su gran hallazgo.
Lo mismo deberían experimentar
los cristianos, al asistir a la Santa Misa, porque es allí en donde se
encuentra Jesús en Persona, el Mesías, el Redentor, el Salvador, el Vencedor
del demonio, de la muerte y del pecado, los tres grandes enemigos del hombre. Encontrar
a Jesús Eucaristía significa encontrar la fuente de luz divina, de paz
celestial, de amor sobrenatural, de vida eterna, de alegría infinita, de perdón
inagotable, porque es encontrar al mismo Redentor, que dona su Sagrado Corazón en
cada Eucaristía, Corazón que desborda en estos infinitos tesoros divinos.
Al asistir a la Santa Misa, el
cristiano, lleno de gozo, de paz y de amor celestial por haber encontrado a
Jesús Eucaristía, debería proclamar al mundo, a cada prójimo y a todo prójimo,
con sus obras, con su misericordia, con su huida de la maledicencia, del
prejuicio, del hablar condenatorio al prójimo: “He encontrado al Mesías, a
Jesús en la Eucaristía, alégrense conmigo; he encontrado a Aquel que ha de
conducirme a la vida eterna, a la morada de Dios Padre en los cielos”.
¡Hermoso! Sea amado y adorado en todo momento jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. ¡Sea por siempre bendito y alabado!
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