“Los
envió a predicar con el poder de expulsar demonios” (Mc 3, 13-19). Jesús envía a los Apóstoles a predicar, pero les da
además el poder de expulsar demonios. Estas dos acciones nos hablan de un mundo
sobrenatural, un mundo que está más allá de lo que podemos ver y entender, un
mundo al que estamos destinados, del cual los Apóstoles de Jesús vienen a
darnos noticia para que nos preparemos.
Jesús
envía a los Apóstoles a predicar y a expulsar demonios, y estas dos cosas que
hacen los Apóstoles, nos hablan del mundo sobrenatural que está más allá de
esta vida, que es perfectamente perceptible después de la muerte.
La
prédica nos habla del mundo de luz, de amor y de paz, que es el Reino de los
cielos, y para poder llegar a este Reino, es que tenemos convertir el corazón,
porque de lo contrario, con un corazón no convertido, con un corazón vuelto
hacia las creaturas, vacío del amor de Dios, incapaz de perdonar y de pedir
perdón, jamás podremos entrar.
La
expulsión de los demonios, nos habla por el contrario del tenebroso reino del
infierno, el lugar creado por Dios para los ángeles apóstatas, para aquellos que
voluntariamente se decidieron contra Dios, y al que irán indefectiblemente
aquellos que no quieran cambiar su corazón, que no acepten a Jesucristo como el
Salvador, a quienes rechacen la Cruz y la gracia de Dios. Los demonios no son
seres de fantasía, sino seres reales, espirituales, ángeles que conservan todo el
poderío de su naturaleza angélica, pero que han perdido la gracia de Dios para
siempre, y con la gracia, han perdido el amor divino, y por lo tanto sólo
albergan odio contra Dios y contra la imagen de Dios, el hombre. Los demonios
son miles de millones, y se encuentran por todas partes, rodeando al hombre y
entorpeciéndolo, tomando posesión de sus cuerpos y envenenando sus almas,
buscando hacerlos caer en la desesperación, para arrastrarlos al infierno, como
inútil venganza contra Dios por haberlos expulsado del cielo. Quien niega la
existencia del demonio y su capacidad de odio y de mal, en algún momento se
encontrará cara a cara con él y creerá, aunque para ese entonces ya será muy
tarde.
Predicar
y expulsar demonios son acciones de los Apóstoles que, de parte de Jesucristo,
vienen a hablarnos de la vida sobrenatural, del cielo y del infierno, para
sacarnos de nuestro letargo espiritual y llevarnos a la conversión, que es el
inicio de la santidad.
También
la Iglesia predica y expulsa demonios, y con eso nos habla del Reino de los
cielos y del reino de las tinieblas. Pero hace todavía más que eso: trae a este
mundo, por la Santa Misa, por la consagración eucarística, al Rey de los
cielos, Jesucristo, al tiempo que aleja de los hombres, al enceguecerlo con la
luz de la Eucaristía, al Príncipe de las tinieblas.
Por
lo tanto, así como escuchar la prédica
de los Apóstoles, y asistir a sus exorcismos, no podía nunca dejar
indiferentes a quienes eran testigos, puesto que era un llamado a la
conversión, así también asistir a Misa, el sacrificio santo del altar por el
que la Iglesia trae a nuestro mundo y a nuestro tiempo al Rey de los cielos,
Jesús en la Eucaristía, al tiempo que aleja al demonio de la vida de los
hombres, que no puede soportar el resplandor de la Eucaristía, así también
asistir a Misa –aún si asistiera a una sola Misa en su vida- no puede ser un
acto intrascendente en la vida del cristiano, sino que debe despertarlo de su
sopor espiritual e iniciar en él el camino de la conversión, que lo conduce a
la feliz eternidad.
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