"La adoración de los Reyes Magos"
(Gentile da Fabriano)
(Ciclo C – 2019)
La Iglesia
considera a la Nochebuena y Navidad como eventos tan importantes, que extiende
su festejo litúrgico a lo largo de toda la semana, considerando a la semana
como un gran domingo extendido durante siete días, lo cual quiere decir
prolongar, durante siete días, la alegría propia del día Domingo, que es el Día
del Señor. Pero, ¿qué es lo que ha sucedido en Nochebuena y Navidad, como para
que la Iglesia adopte esta medida tan festiva y jubilosa?
Para saberlo,
es necesario contemplar el Pesebre con los ojos del alma iluminados con la luz
de la santa fe católica, puesto que si lo contemplamos con los solos ojos del
cuerpo y con la sola luz de la razón humana, jamás encontraremos el significado
y sentido último de la alegría de la Iglesia por Nochebuena y Navidad.
Ante todo,
contemplemos a las tres personas que aparecen en el centro del Portal de Belén:
la Virgen, San José y el Niño. Visto de una manera superficial, la imagen
recuerda la de cualquier familia palestina del siglo I de nuestra era, que se
reúne en torno a su primogénito recién nacido: una joven madre, vestida a la
usanza de Palestina de esos días, que mira con amor a su hijo; un padre, mayor
que ella, que también contempla con amor y alegría a su hijo; finalmente, el
niño, que por ratos llora por el frío, por ratos llora de hambre, solicitando
la lactancia de su madre, por ratos abre sus bracitos y sonríe, extendido en su
pobre cuna compuesta por unas tablas de madera y un poco de paja entremezclada
con alfalfa. Esto es lo que nos dicen los ojos del cuerpo y la luz de la razón.
Es decir, esta información es la que obtenemos cuando no tenemos la luz de la
santa fe católica.
Cuando
contemplamos el Pesebre a la luz de nuestra santa fe católica, las cosas
cambian substancialmente.
La madre
del niño no es una madre más entre tantas: es la Santa Madre de Dios, María
Santísima, que luego de llevar en su seno virginal al Hijo de Dios en Ella encarnado,
dio a luz al Verbo Eterno del Padre encarnado, milagrosamente, puesto que el
Niño nació de Ella así como la luz del sol atraviesa el cristal y así como la
luz del sol deja al cristal intacto antes, durante y después de pasar a través
de él, así el Hijo Eterno del Padre, naciendo como Luz de Luz en forma de Niño
humano, dejó intacta la virginidad de su Madre, quien por este milagro de la
omnipotencia divina, al mismo tiempo que se convertía en Madre de Dios,
continuaba siendo Virgen y continúa siendo Virgen, por los siglos sin fin.
El padre
del Niño no es, en realidad, su padre biológico, sino su padre adoptivo, pues
fue elegido, a causa de su pureza, su castidad, su virginidad, su humildad y
sencillez, por Dios Padre, para que ejerciera en la tierra como un Vicario suyo
de su paternidad celestial. Es decir, el Niño, que es Dios Hijo, no fue creado,
sino que fue engendrado desde la eternidad en el seno de Dios Padre, recibiendo
desde la eternidad, de Dios Padre, su Ser y su Naturaleza divinas, por lo que
comparte con Dios Padre el Acto de Ser divino y la Naturaleza divina. El padre
del Pesebre, San José, no es el padre biológico del Niño, sino su padre
adoptivo, aunque cuida del Niño con el amor mismo de Dios Padre, el Espíritu
Santo, ya que San José está lleno del Amor de Dios, el Espíritu Santo.
El Niño,
que es un recién nacido e Hijo Único y Primogénito de la Virgen y San José, no
es un niño humano entre tantos, sino que es Dios Hijo encarnado; el Niño es el
Logos eterno del Padre, pronunciado desde la eternidad; el Niño es la Sabiduría
del Padre encarnada; el Niño es la Misericordia del Padre encarnada; el Niño es
Dios que se hace Niño, sin dejar de ser Dios para que los hombres, convertidos
en niños por la pureza divina que comunica la gracia, seamos llevados al Reino de
los cielos, al finalizar nuestra vida terrena; el Niño es el Rey de cielos y
tierra, el Vencedor Victorioso sobre los tres grandes enemigos del hombre, el
demonio, la muerte y el pecado. Por último, el Niño nace en Belén, que
significa “Casa de Pan”, porque Él nace para entregarse, como Víctima inmolada
y pura, en el santo sacrificio de la cruz, con su Cuerpo y su Sangre, para perpetuar
y prolongar su Encarnación y el don de su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía, Pan
de Vida eterna.
Éstas son las razones por las cuales no es
lo mismo contemplar la escena del Pesebre con la luz de la fe, que contemplarla
sin ella y es la razón de la alegría que embarga a la Iglesia en Nochebuena y Navidad.
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