(Domingo
I - TA Ciclo C - 2018 – 2019)
Con
el Primer Domingo de Adviento, la Iglesia comienza un nuevo ciclo litúrgico,
por lo que es el equivalente al fin del año civil: finaliza un año –un ciclo
litúrgico- y comienza otro año –otro ciclo litúrgico-. La sociedad civil y la Iglesia coinciden
entonces en que ambos finalizan un período de tiempo y comienzan otro. Pero en
el caso de la Iglesia, hay algo más, mucho más profundo e insondable, que en el
caso de la sociedad civil, porque mientras en esta se trata simplemente de un
cambio en la numeración que indica el tiempo transcurrido y por transcurrir,
sin otra significación, en la Iglesia tiene otro significado: a través del tiempo
litúrgico, participa de un misterio que sobrepasa la capacidad de comprensión
de la creatura infinitas veces más que cielo supera a la tierra. Este misterio,
del cual la Iglesia participa cada vez que inicia un nuevo año litúrgico y que
sobrepasa infinitamente nuestra capacidad de comprensión, es el misterio de Cristo[1],
el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en el seno de María
Virgen –y que prolonga su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar
eucarístico-, que Vino por primera vez en Belén, que Viene en el tiempo de la
Iglesia y que Vendrá al fin de los tiempos para juzgar a la humanidad. Para participar
del misterio de Cristo, es que la Iglesia dispone que haya un tiempo especial,
el Adviento, en el cual el alma se concentra en la espera de Aquel que Vino,
que Viene y que Vendrá. El Adviento es entonces tiempo de preparación
espiritual, o más bien, de una doble preparación espiritual, para el encuentro
con Cristo: una primera preparación es para la conmemoración y celebración del
misterio de la Primera Venida de Jesús en la humildad del Portal de Belén, es
decir, la Navidad; la segunda preparación del Adviento es para la Segunda
Venida del Señor Jesús en la gloria. Esto explica que el Evangelio elegido por
la Iglesia para este Primer Domingo de Adviento -Lucas (21,25-28.34-36)- se
refiera a la Segunda Venida del Señor Jesús: “Habrá signos en el sol y la luna
y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el
estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la
ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo
serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran
poder y gloria”.
Ahora
bien, puesto que entre la Primera y la Segunda Venida hay una Venida Intermedia,
esto es, el Arribo o la Llegada de Jesús por el Sacramento de la Eucaristía al
alma, podemos decir que el Adviento es también tiempo de preparación espiritual
para esta Venida Intermedia, el Arribo de Jesús al alma a través del misterio
de la Eucaristía.
El
Adviento entonces, es preparación espiritual para participar del misterio del Nacimiento –por
el misterio de la liturgia- de Aquel que Vino por primera vez, en el Portal de
Belén; del misterio de Aquel que Vendrá por Segunda y definitiva vez, en la gloria, para
juzgar a vivos y muertos; del misterio de Aquel que Viene al alma en cada Comunión
Eucarística. Adviento es tiempo por lo tanto de una triple preparación
espiritual del alma. Puesto que Aquel que Vino en Belén, que Viene en cada
Eucaristía y que Vendrá al fin de los tiempos es Dios Hijo encarnado, el alma
debe estar no solo “atenta y vigilante”, con “la lámpara de la fe encendida”,
sino que el alma debe estar reluciente, esplendorosa, brillante, por la gracia
santificante.
Estar
preparados para el encuentro personal con Cristo, el Hombre-Dios –que Vino, que
Viene y que Vendrá- es el sello característico del Adviento. En la iglesia
ambrosiana se canta así al terminar el año litúrgico: “Nuestros años y nuestros
días van declinando hacia su fin. Porque todavía es tiempo, corrijámonos para
alabanza de Cristo. Están encendidas nuestras lámparas, porque el Juez excelso
viene a juzgar a las naciones. Alleluia, alleluia”[2]. El
tiempo va pasando y la eternidad se acerca[3]:
cada día, cada hora, cada segundo que pasa, es un día menos, una hora menos, un
segundo menos, que nos separa de la eternidad, del encuentro personal, cara a
cara, con el Justo y Supremo Juez, Cristo Jesús. Es para este encuentro que la
Iglesia dispone un tiempo especial, el Adviento, a fin de que el alma esté
lista y preparada, para cuando llegue el momento más importante de esta vida,
que es paradójicamente la muerte, porque por la muerte se deja esta vida
terrena y se ingresa en la vida eterna.
“Estad,
pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que (…) podáis manteneros en pie ante
el Hijo del hombre (…) Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la
cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de vosotros, no sea que se
emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la
vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre
todos los habitantes de la tierra”. La única manera en la que el alma está
dignamente preparada para recibir al Hijo del hombre, que Vino en el Portal de
Belén, que Viene en cada Eucaristía y que Vendrá al fin del mundo, es tener su
alma en estado de gracia santificante. Para que el alma deje de estar en pecado
y comience a vivir en estado de gracia, es que la Iglesia dispone el tiempo de
gracia al que le da el nombre de “Adviento”. Prepararnos para la Venida de
Cristo, éste es el deseo de la Iglesia para sus hijos en Adviento y es por eso
que, al inicio del Adviento, dice así, dirigiéndose a Dios: “Despierta en tus
fieles el deseo de prepararse a la venida de Cristo por la práctica de las
buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino
celestial”[4].
[1] Cfr. Odo Casel, Il mistero
del culto cristiano, Ediciones Borla, Roma4 1960, 109.
[2] Miss. Ambros., Último Domingo antes del Adviento: Transitorium; en Odo Casel, Misterio de
la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[3] Odo
Casel, Misterio de la Cruz,
Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[4] Cfr. Liturgia de las Horas, I
Vísperas, http://www.liturgiadelashoras.com.ar/
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