(Ciclo
C – 2019)
Cuando se contempla el Pesebre sin la fe, se contempla una
escena que recrea a cualquier escena de cualquier familia que acaba de tener un
hijo: se ve a una madre primeriza que se alegra por el nacimiento de su hijo
primogénito; se ve al niño, acostado en una pobre cuna; se ve al padre del niño,
que también se alegra porque su hijo ha nacido. La particularidad de la escena
del Pesebre es que se trata en el siglo I de nuestra era y que el nacimiento
del niño se ha producido en un refugio de animales y que los únicos que
acompañan al niño recién nacido, en sus primeros momentos, además de sus
padres, son el buey y el asno, los “propietarios”, por así decirlo, del Portal
de Belén, que no era otra cosa que un refugio para los animales, excavado en la
roca. Contemplado con los ojos de la razón, sin la luz de la fe, la escena del
Nacimiento en el Pesebre no difiere de las escenas de cientos de miles de
nacimientos producidos en Palestina y a lo largo del mundo. A esto se le agrega
la pobreza, porque el niño ha nacido en un ambiente sumamente pobre.
Sin embargo, es imposible contemplar el Pesebre y
desentrañar su significado último sobrenatural, sino es con la luz de la Santa
Fe Católica. Nuestra Fe Católica nos dice algo muy distinto. La Madre del Niño
no es una madre hebrea más, sino la Madre de Dios, que ha dado a luz
virginalmente, al atravesar su Niño, como un haz de luz, su abdomen superior,
tal como atraviesa el rayo de sol el cristal y lo deja intacto, antes, durante
y después de atravesarlo y por lo tanto esa Madre, además de ser la Madre de
Dios, es Virgen Santa y Pura. La Santa Fe Católica nos dice que el padre de ese
Niño, que lo contempla extasiado y arrobado, no es su padre biológico, sino su
padre adoptivo, porque San José fue elegido por su pureza, su castidad, su
humildad, su amor a Dios y su voluntad y la voluntad de Dios era que fuera solo
el padre adoptivo del Niño nacido en el Portal de Belén. La Santa Fe Católica
nos dice que el Niño que recién nacido, que yace aterido de frío, cubierto con
una delicada manta y en un lecho de paja, alumbrado por la luz de la fogata que
su padre adoptivo ha encendido, no es un niño más entre tantos, sino que es el
Niño Dios, es decir, ese Niño es Dios Hijo encarnado en el seno virgen de María
que, al cabo de nueve meses, ya con el embarazo a término, ha nacido milagrosa
y virginalmente, dejando intacta la virginidad de su Madre; la Santa Fe
Católica nos dice que ese Niño es Dios Hijo, que ha venido a la oscuridad de
nuestro mundo para iluminarnos con la luz de su gloria y de su gracia; ha
venido a este mundo para entregarse, ya adulto, como Víctima Inocente, Pura y
Santa, en el altar de la Cruz, para nuestra salvación, para rescatarnos del
pecado, de la muerte y del Infierno; ese Niño es Dios Hijo, el Verbo Eterno del
Padre, encarnado en el seno virgen de María y nacido como Niño, para que los
hombres, hechos niños e inocentes por la gracia, nos convirtamos en Dios por
participación y al final de nuestra vida, seamos llevados al Reino de los
cielos. La Santa Fe católica nos dice que ese Niño, que yace en un humilde
Portal de Belén, es el Rey de cielos y tierra, que abre sus bracitos para que
nadie tenga miedo de acercarse a Dios, así como nadie tiene miedo de acercarse
a un recién nacido y abrazarlo, pero también nos dice la Fe que ese Niño, de
grande, abrirá sus brazos y los extenderá en la Cruz, para perdonarnos nuestros
pecados y abrazar con sus brazos extendidos en Cruz a toda la humanidad
reconciliada por Él con el Padre, para llevarla al Reino de los cielos; la Fe
nos dice que ese Niño, que es Rey de cielos y tierra, vendrá al fin del mundo
como Justo y Supremo Juez, para separar a los corderos de las cabras, para
conducir a unos al Reino de Dios y para arrojar a los malos al fuego que no se
apaga. Por último, la Santa Fe Católica nos dice que ese Niño, que se encarnó
en la Virgen y nació milagrosamente en el Portal de Belén, por el misterio de
la liturgia eucarística, prolonga su Encarnación y actualiza su Nacimiento en
el altar eucarístico, en la Santa Misa, para donársenos como Pan de Vida Eterna
en la Eucaristía. Es decir, el Niño que nació en Belén, Casa de Pan, para
inmolarse como Víctima Inocente en el altar de la Cruz, derramando su Sangre y
entregando su Cuerpo, es el mismo Niño que, en la Cruz del altar, entrega su
Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz, para darnos su Cuerpo
y su Sangre en la Eucaristía.
No se puede contemplar la escena del Pesebre, sin la luz de
la Santa Fe Católica.
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