(Ciclo
C - 2018 – 2019)
A medida que nos acercamos a la Navidad, la Iglesia ingresa
en un clima de fiesta, pero a fin de no equivocarnos y cometer algo que no
agrade a Dios, debemos reflexionar en qué es lo que entendemos cuando decimos
que en Navidad “hacemos fiesta”. Ante todo, hay que decir que la Navidad es una
fiesta, sí, pero espiritual, interior, dada por la gracia, que ilumina tanto al
intelecto, como al corazón: al intelecto, para hacerle saber que el Niño que
nace en Belén no es un niño más entre tantos, sino el Verbo Eterno del Padre
encarnado, que viene a este mundo para ofrecerse como Víctima Inmolada en la
cruz para no solo derrotar a los tres grandes enemigos de la humanidad –el
pecado, la muerte y el demonio-, sino para concedernos su gracia, convertirnos
en hijos adoptivos de Dios y así conducirnos al Reino de los cielos. La
voluntad -o el corazón- a su vez, es iluminado por la gracia, para que el alma sea
capaz de no solo contemplar con el intelecto esta verdad sobrenatural de la
Encarnación y Nacimiento del Verbo de una Madre Virgen, sino también para que
con su corazón ame este misterio y por la conjunción de lo contemplado en el
intelecto y lo amado por el corazón, se alegre y exulte de alegría. Es decir,
la alegría navideña se origina, no en el mundo exterior, sino en lo alto, por
acción de la gracia que, iluminando la inteligencia y la voluntad, permite la
alegría sobrenatural del alma, la cual la lleva a hacer “fiesta”, que es, ante
todo, espiritual y sobrenatural.
En
esto consiste la alegría y el motivo y la causa de hacer fiesta; por este hecho
es que el cristiano se alegra en Navidad y “hace fiesta”. Pero no es una fiesta
mundana, pagana, puramente exterior y por motivos mundanos: es una fiesta
interior, espiritual, sobrenatural, concedida por la gracia y esta fiesta está
y consiste, ante todo y en primer lugar, en la Santa Misa de Nochebuena, porque
allí, por la liturgia eucarística, la Iglesia como Esposa y como Cuerpo Místico
de Cristo, no solo recuerda, sino que participa
del Nacimiento del Niño Dios. Por la Santa Misa de Nochebuena la Iglesia no
sólo recuerda el Nacimiento, sino que está frente a Él, superando
misteriosamente el tiempo y el espacio; por la Santa Misa de Nochebuena la
Iglesia no sólo recuerda y está frente al misterio del Nacimiento, sino que
participa de Él, por el misterio de la acción del Espíritu Santo. Participa del
Nacimiento porque nace su Cabeza, la Cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia,
Cristo Jesús.
Éste
es el motivo de la alegría y de la fiesta, y es algo que debemos tener muy en
claro, para no paganizar la Navidad, para no convertirla en una mera ocasión de
una fiesta al mejor estilo pagano. Muchos cristianos “hacen fiesta” en Navidad,
pero es una fiesta que nada tiene de espiritual y de sobrenatural, porque se
trata de una fiesta mundana, pagana, hedonista. Nada tienen que ver las
modernas celebraciones de la Navidad, con alcohol, música, bailes, fuegos
artificiales, con la verdadera fiesta de la Navidad, que es la Santa Misa de
Nochebuena.
Si
no se considera a la Santa Misa de Nochebuena como la verdadera fiesta de
Navidad –espiritual, interior, sobrenatural-; si no se contempla la escena del
Pesebre en el altar eucarístico, en la celebración eucarística; si no se adora
al Niño que prolonga su Encarnación y actualiza su Nacimiento en la Eucaristía,
no tiene sentido hacer fiesta y mucho menos, una fiesta pagana. El misterio de
la actualización del Nacimiento en la Santa Misa de Nochebuena, su
contemplación y adoración del Niño que está en la Eucaristía, es lo que da
sentido a la fiesta cristiana, que consiste en una celebración alegre, de
estilo familiar, con comidas más elaboradas que la comida cotidiana y en un
ambiente de alegría familiar.
Festejar,
tal como lo hace el mundo, prescindiendo de la Santa Misa de Nochebuena, y
festejar mundanamente, con música estridente, con bailes indecentes, con
alcohol, con pirotecnia, nada tiene que ver con la Navidad cristiana y quien
hace esto, celebra una Navidad pagana, que ofende a Dios. Para quien prescinde
de la fiesta y de la alegría que es la Santa Misa de Nochebuena, es mejor entonces
que directamente no se celebre ni festeje la Navidad, porque el festejo de la
Navidad tal como lo hace el mundo de hoy consistente en banquetes, música
estridente, bailes indecentes, fuegos artificiales, llevados a cabo en lugares
inmorales ofende a Dios, porque la Navidad así vivida se convierte en ocasión
de burla, profanación y sacrilegio del Nacimiento. Quien festeja la Navidad así,
con un festejo mundano y pagano, es mejor que no lo haga, que no festeje la
Navidad, para que Dios no sea ofendido. El verdadero festejo espiritual,
interior, sobrenatural, dado por la gracia, en el que el alma se alegra porque
ha nacido el Redentor y porque participa del Nacimiento milagroso del Salvador
del mundo, el Niño Dios, es la Santa Misa de Nochebuena.
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