jueves, 27 de diciembre de 2018

Día 5 de la Octava de Navidad



(Ciclo C - 2018 – 2019)

         Al inicio de su Evangelio, el Evangelista Juan contempla al Verbo de Dios junto al Padre y también ya como Verbo Encarnado y lo hace de una manera tal, que la descripción que hace del Verbo corresponde a la perfección con la escena del Nacimiento: “El Verbo estaba junto a Dios, era Dios, habitó entre nosotros y nosotros vimos su gloria, gloria como de Unigénito, lleno de gracia y de verdad” (cfr. Jn 1, 1-14). Es decir, la descripción que San Juan hace del Verbo de Dios corresponde al Niño de Belén: ese Niño de Belén es el Hijo de Dios; es el Verbo de Dios; es Dios en sí mismo; es la Segunda Persona de la Trinidad; habitó entre nosotros, en nuestra tierra, en nuestra historia y en nuestro tiempo, desde el instante mismo de la Encarnación y comenzó a ser visible a nuestros ojos a partir del Nacimiento milagroso y virginal del Portal de Belén. Cuando Juan dice: “Vimos su gloria, gloria como de Unigénito, lleno de gracia y de verdad”, esa descripción no le corresponde a nadie más que no sea el Niño de Belén, porque el Niño es el Unigénito del Padre y en cuanto posee el mismo Ser divino del Padre y la misma naturaleza divina del Padre, es Dios en sí mismo, “lleno de gracia y de verdad”, porque sólo Dios es la Gracia Increada y la Verdad Suprema y Absoluta. La Iglesia, cuando contempla al Niño de Belén, extasiada de gozo, adora a Dios hecho Niño, utilizando las palabras del Evangelista: “El Niño estaba junto a Dios, el Niño era Dios, el Niño habitó entre nosotros y nosotros vimos la gloria del Niño, gloria como de Unigénito, Niño Dios lleno de gracia y de verdad”.
También le corresponde al Niño de Belén otra frase del Evangelista Juan, que dice así: “La Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado” (cfr. 1 Jn 1,1-4). Antes de la Encarnación y el Nacimiento, Dios, que es la Vida Increada en sí misma, era invisible a los ojos de los hombres; a partir del Nacimiento, ese Dios que es la Vida divina en sí misma se hace visible y puede ser percibido por los ojos del hombre, ya que se manifiesta como Niño humano y por eso la Iglesia, al contemplar al Niño de Belén, dice así, parafraseando al Evangelista Juan: “El Dios que es la Vida se hizo visible como Niño y nosotros vemos a esta Vida divina en el Pesebre y en la Eucaristía y somos testigos ante el mundo que esta Vida que es Dios se hace visible en el Niño de Belén y se manifiesta en la Eucaristía, en donde el Niño prolonga y perpetúa su Encarnación y Nacimiento; nosotros, la Iglesia de Dios, contemplamos al Niño de Belén y lo adoramos en la Eucaristía y somos testigos de la Vida y la Gloria del Padre que se nos manifiesta como Niño en Belén y como Pan -que no es pan- en la Eucaristía”.

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