(Ciclo
C - 2018 – 2019)
Al inicio de su Evangelio, el Evangelista Juan contempla al
Verbo de Dios junto al Padre y también ya como Verbo Encarnado y lo hace de una
manera tal, que la descripción que hace del Verbo corresponde a la perfección con
la escena del Nacimiento: “El Verbo estaba junto a Dios, era Dios, habitó entre
nosotros y nosotros vimos su gloria, gloria como de Unigénito, lleno de gracia
y de verdad” (cfr. Jn 1, 1-14). Es decir,
la descripción que San Juan hace del Verbo de Dios corresponde al Niño de
Belén: ese Niño de Belén es el Hijo de Dios; es el Verbo de Dios; es Dios en sí
mismo; es la Segunda Persona de la Trinidad; habitó entre nosotros, en nuestra
tierra, en nuestra historia y en nuestro tiempo, desde el instante mismo de la
Encarnación y comenzó a ser visible a nuestros ojos a partir del Nacimiento
milagroso y virginal del Portal de Belén. Cuando Juan dice: “Vimos su gloria,
gloria como de Unigénito, lleno de gracia y de verdad”, esa descripción no le
corresponde a nadie más que no sea el Niño de Belén, porque el Niño es el
Unigénito del Padre y en cuanto posee el mismo Ser divino del Padre y la misma
naturaleza divina del Padre, es Dios en sí mismo, “lleno de gracia y de verdad”,
porque sólo Dios es la Gracia Increada y la Verdad Suprema y Absoluta. La Iglesia,
cuando contempla al Niño de Belén, extasiada de gozo, adora a Dios hecho Niño,
utilizando las palabras del Evangelista: “El Niño estaba junto a Dios, el Niño era
Dios, el Niño habitó entre nosotros y nosotros vimos la gloria del Niño, gloria
como de Unigénito, Niño Dios lleno de gracia y de verdad”.
También
le corresponde al Niño de Belén otra frase del Evangelista Juan, que dice así: “La
Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la
Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado” (cfr. 1 Jn 1,1-4). Antes de la Encarnación y
el Nacimiento, Dios, que es la Vida Increada en sí misma, era invisible a los
ojos de los hombres; a partir del Nacimiento, ese Dios que es la Vida divina en
sí misma se hace visible y puede ser percibido por los ojos del hombre, ya que se
manifiesta como Niño humano y por eso la Iglesia, al contemplar al Niño de
Belén, dice así, parafraseando al Evangelista Juan: “El Dios que es la Vida se
hizo visible como Niño y nosotros vemos a esta Vida divina en el Pesebre y en
la Eucaristía y somos testigos ante el mundo que esta Vida que es Dios se hace
visible en el Niño de Belén y se manifiesta en la Eucaristía, en donde el Niño
prolonga y perpetúa su Encarnación y Nacimiento; nosotros, la Iglesia de Dios,
contemplamos al Niño de Belén y lo adoramos en la Eucaristía y somos testigos de
la Vida y la Gloria del Padre que se nos manifiesta como Niño en Belén y como
Pan -que no es pan- en la Eucaristía”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario