“Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la
Voluntad de Dios” (Mc 3, 13-15). Mientras
Jesús se encuentra rodeado por una multitud que escucha con atención sus
palabras de sabiduría, llegan su Madre, la Virgen y sus primos; entonces, sus
discípulos le avisan que se encuentran ellos, con estas palabras: “Tu Madre y
tus hermanos te esperan”. La respuesta de Jesús, aunque pudiera parecer lo
contrario, de ninguna manera implican el más mínimo rechazo a los vínculos de
sangre que existen con la familia biológica y mucho menos llevan a rechazar el
reconocimiento de las obligaciones que surgen a raíz del parentesco[1].
Todavía más, en las enseñanzas de Jesús se puede encontrar una exigencia muy
grande en relación al trato con los progenitores, como cuando condena la
casuística farisea que facilitaba a los hijos desamorados desatender las
obligaciones relativas al cuarto mandamiento[2] -Jesús
condena que no se ayude a los padres, con la excusa de que se debe ayudar al
altar- y por otra parte, en su agonía en la Cruz, muestra un Amor incondicional
a su Madre (cfr. Jn 19, 26) y también
la solicitud por Ella, al pedirle al Apóstol Juan que cuide de la Virgen “como
a su Madre. Es decir, Jesús siempre se mostró sumamente exigente con relación
al trato debido a los progenitores. Por otra parte, y como un agregado para comprender
la respuesta de Jesús a sus discípulos, hay que saber primero que la palabra “hermanos”
tiene, entre los semitas, un sentido más amplio que en Occidente, puesto que
abarca a los “primos” en diversos grados, por lo que no necesariamente se trata
de “hermanos” biológicos según lo entendemos en el sentido occidental, lo cual
tampoco podría ser de ninguna manera, puesto que Jesús es el Unigénito de Dios.
Todo el testimonio del Nuevo Testamento y de la Tradición nos prueban que los “hermanos”
de Jesús eran, biológicamente, “primos” de Cristo y en ningún caso “hermanos”
de sangre.
Lo que se debe tener en cuenta en relación a la enseñanza
que Jesús quiere dar con su respuesta, es que Jesús quiere enseñar que, si bien
hay exigencias insoslayables con el parentesco natural, estas relaciones
naturales están de hecho subordinadas a una exigencia mayor que es el hacer la
voluntad de Dios[3].
Entonces, según Jesús, por un lado, no se puede poner a
Dios como excusa para no auxiliar a los padres, pero por otro lado, el
cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del precepto de “Honrar padre
y madre”. Lo que debemos entender ante todo es que, a partir de Jesús, Él
establece una relación familiar nueva entre los seres humanos, relación
familiar que establece unos lazos de unión en el amor filial y parenteral que
son inmensamente más profundos que los lazos de unión por la sangre, puesto que
se originan en la Trinidad, en el don que la Trinidad hace de la gracia santificante
a partir de su Sacrificio en Cruz. La relación nueva dada por la gracia
santificante inaugura y establece una nueva forma de relación familiar, de
orden sobrenatural. En efecto, hasta Jesús, los seres humanos, al nacer en el
seno de una familia y al pertenecer a esta misma por los lazos sanguíneos (también
se puede pertenecer a una familia a través de la adopción), adquieren inmediatamente
obligaciones de respeto, de amor, de solidaridad, de comprensión, para con su
familia, empezando por los mismos padres biológicos o quienes hacen de ellos; ahora,
a partir de Jesús y su gracia santificante por Él donada, se origina en la raza
humana una nueva forma de familia, una familia que está unida no únicamente por
lazos de sangre, sino por la gracia de la filiación divina recibida en el
Bautismo Sacramental, filiación divina que es más fuerte que la filiación
natural o biológica y que hace que los bautizados tengan, en la realidad y no
como un mero título, a Dios por Padre, a la Virgen por Madre, y a Jesús por
Hermano. En otras palabras, por medio del Bautismo Sacramental el bautizado comienza
a formar parte de esta nueva familia humana, la familia de los hijos de Dios, la
familia de los hijos de la Virgen, la familia de los hijos de la Iglesia
Católica, la familia de los hijos de la Luz Eterna que es Dios Uno y Trino,
familia cuyo distintivo primordial, derivado de la unión por la gracia a Dios, es
la caridad o amor sobrenatural que es debido a padres y hermanos, Amor que se
demuestra en el cumplimiento, también por Amor de la Voluntad Divina. Así los
bautizados, que se convierten verdaderamente en hijos adoptivos de Dios por el bautismo
sacramental al recibir la gracia de la filiación divina, se reconocen entre sí
como miembros de una misma familia, la familia de los hijos de Dios, unidos por
un lazo infinitamente más fuerte que el biológico, la gracia santificante, cuyo
deseo es cumplir la Voluntad de Dios Padre, expresada en Jesucristo. Los
bautizados, los integrantes de la familia de Jesús, se caracterizan por cumplir
la Voluntad de Dios, expresada en el Primer Mandamiento: “Amar a Dios y al
prójimo como a uno mismo”. Así es como se entiende la frase de Jesús: “Mi Madre
y mis hermanos son los que cumplen la Voluntad de Dios”.
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