(Domingo XXV - TO - Ciclo A – 2023)
“¿Porqué
tienes a mal que yo sea bueno?” (Mt 20, 1-16). Jesús ejemplifica el
Reino de los cielos con toda la situación en la que se ven envueltos tanto el
dueño de la viña como los obreros de la viña[1]. El
dueño de la viña va a la plaza, al amanecer, alrededor de las seis de la
mañana, a buscar obreros que están esperando que alguien los contrate para
trabajar. Conversa con ellos y conviene en que el jornal del día de trabajo
será un denario. Luego el propietario regresa más tarde, a las nueve, al
mediodía y a las tres de la tarde. En estas últimas contrataciones no se
menciona ninguna suma concreta, sino solo “un jornal justo”. Esto, considerado
en conformidad con los negocios humanos, supondría para cada obrero tres
cuartos, la mitad y un cuarto de denario, respectivamente. Una hora antes de la
puesta del sol, el propietario contrata a los últimos, que estaban sin hacer
nada, para que también trabajen en su viña.
Al finalizar
la jornada de trabajo, el capataz, por orden del dueño de la viña, da la orden
de que se pague a los obreros su jornal y que a todos se pague la misma cantidad:
en este último hecho, reside lo esencial de la parábola. La segunda orden es la
de comenzar por los “últimos”, es decir, los que acaban de llegar, ya al terminar
el día. La finalidad de esto es que los primeros sean testigos -los cuales son
murmuradores y hostiles y luego pondrán objeción al dueño de la viña- de la
cantidad que se paga a cada uno, lo cual a su vez hará que el dueño de la viña
responda a sus objeciones. En esta respuesta, la del dueño de la viña, se
contiene la enseñanza de la parábola.
Los que
han llegado primero y reciben la misma paga que los que llegaron al último, se
quejan de lo que ellos consideran una “injusticia”, esto es, que a todos se les
pague con el mismo jornal, con la misma cantidad de dinero; además, se quejan
de que sólo han trabajado una hora y con el fresco de la tarde, mientras que ellos,
los primeros, han trabajado todo el día y con el peso del sol y de las altas
temperaturas, por lo cual consideran que merecen una suma de dinero mayor.
El amo se
dirige al portavoz o jefe de los que están descontentos con la situación y lo
hace con un tono suave, ya que lo trata de “amigo”; tampoco hay un tono de
enojo o de irritación cuando dice: “toma lo que es tuyo y vete”. Le recuerda
con mucha calma el acuerdo previo, observado de común acuerdo entre las dos
partes. “Es mi deseo”, dice él, “dar al último lo que le he dado al primero”. Con
esto quiere decir que, si hay un trato justo, nadie tiene derecho a quejarse de
la bondad que él ejerce de su parte. El entendimiento no debe ver el mal dónde
solo existe el bien y si lo hace, es decir, si ve el mal donde hay bien,
entonces el entendimiento está “enfermo”.
Jesús concluye
diciendo: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. En
esta parábola se insinúa que, por encima de las obras buenas en sí mismas, se
encuentra la generosidad divina, que da más allá de la justicia estricta. La frase
final implica simplemente que los “primeros” y los “últimos” (jornada de
trabajo larga o corta) son todos unos ante Dios. Esto no quiere decir que Dios
no haga distinciones, sino que su misericordia no tiene límites, es infinita.
Un elemento que nos permite apreciar el sentido sobrenatural
de la parábola es que hacer una extrapolación o sustitución de los elementos
naturales por los sobrenaturales: así, el dueño de la viña es Nuestro Señor
Jesucristo; la viña es la Santa Iglesia Católica; los primeros en llegar somos
nosotros, los que hemos sido bautizados en los primeros días de nuestra vida,
además de haber recibido los Sacramentos como la Comunión, la Confirmación y el
Sacramento de la Penitencia; el pago final es el Reino de los cielos; los “últimos
en llegar”, son los gentiles o los paganos, es decir, aquellos que no
pertenecen al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica y que, sin embargo,
reciben el mismo premio, esto es, la gloria del Reino de los cielos,
simbolizada en el denario con el que paga su trabajo el dueño de la viña y que,
por su fe en el Mesías, Cristo Jesús, ingresarán antes que muchos católicos en
el Reino de Dios.
Por último, la parábola va dirigida ante todo al Nuevo
Pueblo Elegido, los que integramos la Iglesia Católica por medio del Bautismo,
recibido desde los primeros días de nuestro nacimiento. Que los primeros serán
los últimos y los últimos los primeros, significa que si no obramos la
misericordia, si no seguimos a Nuestro Señor por el Camino de la Cruz, el Via
Crucis, si no nos alimentamos del Pan de Vida eterna, si no lavamos
nuestros pecados con la Sangre del Cordero en la Confesión Sacramental, nos pasará
lo que a los primeros trabajadores de la parábola: primero entrarán los paganos
recién conversos y recién al final, por la Divina Misericordia, entraremos
nosotros, siendo ellos los primeros y nosotros los últimos.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento,
Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 432.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento,
Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 432.
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