(Domingo IV – TC – Ciclo B – 2012)
“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”
(cfr. Jn 3, 14-21). Jesús trae a la
memoria el episodio en el que el Pueblo Elegido, en su peregrinación hacia la
ciudad de Jerusalén, es invadido y asaltado por una plaga de serpientes
venenosas, cuya mordedura es mortal. Como les recuerda Jesús, en ese entonces
Moisés, por indicación divina, construyó una serpiente de bronce y habiendo
recibido la instrucción de mantenerla elevada en lo alto, todo aquel que miraba
la serpiente, quedaba curado y a salvo de la mordedura mortal de las serpientes
venenosas.
El episodio tiene una relación directa con Jesús mismo, tal
como Él lo dice: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto,
así será levantado en alto el Hijo del hombre”.
Esto quiere decir que el episodio del desierto, con el
Pueblo Elegido siendo atacado por las serpientes, y Moisés salvando a los
hebreos con la serpiente de bronce, tiene un significado sobrenatural: anticipa
y prefigura la salvación dada por Jesucristo.
Moisés es figura de Dios Padre; la serpiente es figura de
Jesucristo; el Pueblo Elegido es figura de los bautizados; el desierto es
figura del mundo y de la historia humana; las serpientes de mortal y venenosa
mordida, son los demonios, que inducen al pecado a los hombres, quitándoles la
vida de la gracia.
También la curación por medio de la serpiente de bronce
tiene un significado sobrenatural, y es un anticipo de las misteriosas
realidades celestiales desplegadas más adelante en el Hombre-Dios: los
israelitas se curaron milagrosamente, al contemplar la serpiente de bronce,
cuando nada parecería indicar que esto fuera posible, ya que no hay relación
aparente entre mirar un objeto de bronce, inanimado, y recibir la curación de
una mordedura mortal de una serpiente, y esto sucede porque es el mismo Dios
quien actúa, a través de la obediencia de aquel que obedece el mandato de mirar
la serpiente, curándolo milagrosamente; de un modo análogo, también el que
contempla a Cristo crucificado, quien contempla sus llagas, quien medita en su
dolor infinito, en su padecimiento sin igual; quien contempla su preciosa
Sangre derramada a raudales de su sagrada Cabeza, de las heridas de manos y
pies, de su sacratísimo Cuerpo todo llagado; quien contempla los gruesos clavos
de hierro que horadan con dolor inenarrable sus manos y sus pies; quien
contempla su dolorosa corona de espinas; quien contempla su Cuerpo agonizante y
luego muerto entre terribles e indescriptibles dolores; quien contempla a su
Madre, traspasada por el dolor, al pie de la Cruz, llorando a su Hijo que da su
vida por amor a los hombres, recibe algo infinitamente más grande que la mera
curación por intoxicación con un veneno mortal, producto de la mordedura de una
serpiente del desierto: recibe la curación de las llagas del alma, producidas
como consecuencia del letal veneno inoculado por la mordida espiritual de la
serpiente antigua, el dragón del infierno, Satanás; quien contempla a Cristo
crucificado, recibe la curación de sus heridas mortales, porque de Cristo fluye
una energía y una fuerza divina, la energía y la fuerza divina del Amor de
Dios, que sana al hombre, herido de muerte por el pecado, luego de haber sido
seducido y engañado por el demonio.
“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”.
Jesús crucificado atraerá a todos hacia Él, pero no solo a quienes estaban en
ese momento de la historia, contemplando su crucifixión; atraerá a todos los
hombres de todos los tiempos, y a todos les dará la oportunidad de decidirse
libremente por su contemplación. Y el hombre será libre de contemplarlo a Él, y
así obtener la salvación, abriéndose el camino para ingresar en su costado
abierto, o darle la espalda y contemplar a la creatura, abriéndose el camino a
la eterna perdición.
Moisés levantó en alto la serpiente de bronce, figura de
Cristo crucificado, y los israelitas fueron curados de la fiebre mortal; Dios
Padre levantó en alto en el Monte Gólgota no una imagen, sino a su mismo Hijo,
Dios, y los que lo contemplan en la Cruz reciben la curación de las heridas
mortales del alma, por los méritos de las Sagradas Llagas de Jesús; finalmente,
la Iglesia levanta en el alto, en ese Nuevo Monte Calvario, que es el altar
eucarístico, a Jesús Eucaristía, para que todo aquel que contemple y adore la
Eucaristía, reciba también la curación de las heridas de su alma y de su
corazón.
Lamentablemente, muchos cristianos hoy en día dejan de lado
la contemplación del Hombre-Dios, ya sea en el crucifijo, o en la Hostia, para
contemplar, extasiados, los atractivos del mundo; muchos, muchísimos, hoy en
día, prefieren los pasatiempos y deleites del mundo, señuelos de Satanás, que
los apartan del camino de la salvación. Y esto último no es un invento. En el
siglo XVIII, hubo un famoso caso de posesión diabólica, de dos hermanos, los
cuales comenzaron a ser poseídos cuando tenían 7 y 9 años, respectivamente,
pero los exorcismos comenzaron recién cuatro años más tarde, debido a la demora
de su familia en acudir por ayuda en la Iglesia. Los niños fueron finalmente
liberados, luego de largas sesiones de exorcismo. En un momento determinado,
antes de la liberación, se corrió el rumor de que los niños serían liberados
para el día domingo siguiente, por lo cual se agolpó una multitud en las
inmediaciones de la casa donde vivían. Finalmente, el rumor se reveló como falso,
ya que la liberación de la posesión no se produjo ese domingo, sino tiempo
después.
Pero
lo interesante de la anécdota es que, en ese momento, el demonio gritó de
alegría, porque el falso rumor, que él lo había hecho correr, había logrado su
objetivo, y era que toda esa gente, por acudir al exorcismo, faltara a la misa
dominical[1].
Como sabemos, por el catecismo de Primera Comunión, que faltar a misa el
Domingo sin un motivo realmente serio, es pecado mortal, entonces concluimos que
la alegría del demonio se debía a que había logrado hacer caer en pecado mortal
a decenas de bautizados, que por curiosidad malsana, habían faltado a la misa
dominical. Sin mucho uso de la imaginación, podemos darnos cuenta entonces
cuánta alegría sentirá el demonio con la situación actual, en donde todo –cine,
teatro, televisión, internet, espectáculos, deportes, etc.- está pensado para
hacer olvidar al hombre que esta vida se termina, que luego comienza la vida
eterna, y que habrá de recibir el juicio particular al final de sus días
terrenos.
¡Cómo se regocijará, con perversa y maligna alegría, el
demonio, al ver con cuánta facilidad centenares de miles de cristianos, a lo
largo y ancho del mundo, posponen a Cristo crucificado, elevado en la Cruz,
elevado en el altar, por una pelota de fútbol! ¡Cuánta perversa alegría
experimentará al ver cómo, con cuánta facilidad, centenares de miles de
cristianos caen, domingo a domingo, en pecado mortal, porque prefieren hacer
fila para entrar a un estadio de fútbol, antes que hacer fila para entrar en la
Iglesia y recibir la Comunión! ¡Qué regocijo infernal experimentará el demonio,
al ver cómo los cristianos gastan sus días y sus vidas enteras, delante del
televisor, delante de internet; al ver cuántos jóvenes toman el fin de semana
como tiempo para dar rienda suelta a sus pasiones desenfrenadas, con la música
perversa, el alcohol, el sexo libre, los bailes permisivos, y tantas otras
diversiones perversas, que desde el momento en que son perversas, dejan de ser
perversiones!
Pero si todos abandonan a Jesús, hay alguien que no lo hace,
y ese alguien es María Santísima, que se queda firme, al pie de la Cruz, contemplando
a su Hijo crucificado. Porque somos débiles, porque también podemos ser
arrastrados por la misma corriente perversa, que lleva a tomar el fin de semana
como momento exclusivo de relajación y diversión, es que le suplicamos que nunca
permita que nos apartemos de la contemplación de Cristo crucificado; le pedimos
a Ella, que está invisible, en cada Santa Misa, al pie del altar, que nunca permita
que apartemos nuestra vista del blanco inmaculado de la Hostia consagrada.
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