“El
que escucha mi palabra y cree en el Padre tiene Vida eterna” (Jn 5, 17-30). Jesús no lo dice en un
sentido metafórico, sino literal: quien cree en su palabra y cree en quien lo
ha enviado, Dios Padre, tiene Vida eterna, porque su palabra, que es la Palabra
del Padre, es una palabra viva, que comunica de esa vida a quien la escucha y
la recibe con humildad en el corazón. También esa Palabra es luz, por eso quien
la recibe, es iluminado con luz eterna.
Dios
Trino es un ser perfectísimo, en quien tiene origen la vida perfecta, eterna,
desde la eternidad; Él es su misma vida, no la recibe de nadie, sino que Él la
posee desde la eternidad, y es una vida absolutamente perfecta, la vida de la
Trinidad. Su perfección es tal, que quien la escucha, recibe la vida eterna,
porque se comunica a los demás seres que no son la vida, sino que la reciben.
Pero
si es real que quien escucha la Palabra de Dios, que es Vida eterna en sí
misma, con corazón humilde, y la pone en práctica, recibe la Vida eterna,
también es cierto lo opuesto: quien rechaza la Palabra de Dios, se priva a sí
mismo de Vida y de luz, y permanece sin vida y en la oscuridad. Quien rechaza
la Palabra de Dios, expresada en la Sagrada Escritura, en el Magisterio de la
Iglesia, en los preceptos de la Iglesia, en los Mandamientos de la ley de Dios,
no solo permanece en la oscuridad y sin la vida divina, sino que se hace partícipe
de palabras de muerte, que vienen de otros hombres y de los ángeles caídos.
“El
que escucha mi palabra y cree en el Padre tiene Vida eterna”. El que no escucha
a Cristo y no cree en Dios Padre, tiene muerte en su corazón y camina en la
oscuridad.
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