“Perdona a tu hermano setenta veces siete” (cfr. Mt 18, 21-35). Para graficar el perdón
cristiano, radicalmente distinto no solo al perdón pagano, humano, o al de la Ley Antigua , Jesús
utiliza la parábola de un rey que perdona a su súbdito una deuda imposible de
pagar –diez mil talentos- para un hombre, aún si este hombre pudiera trabajar
hipotéticamente cientos de años, ya que es el equivalente, en términos
modernos, a la deuda externa de todo un país. Completa la parábola el súbdito
de duro corazón que hace encarcelar a un hombre que a su vez le debe a él una
suma insignificante.
El rey que perdona tamaña deuda es
Cristo Dios, quien desde la Cruz
derrama su Sangre para expiar los pecados de la humanidad. El súbdito mal
agradecido, de corazón endurecido, que en vez de perdonar la deuda que otro
tiene para con él –una suma irrisoria-, representa al cristiano que se niega a
perdonar a su prójimo.
La deuda de este último para con el
súbdito desagradecido es ínfima, aunque aquí estén comprendidas toda clase de
agravios y ofensas, desde los más banales, hasta los más graves e injuriantes,
como por ejemplo el quitar la vida. Jesús no hace condicionar el perdón debido
al prójimo según la magnitud de la ofensa: el cristiano, independientemente de
la ofensa recibida, debe perdonar “setenta veces siete”, es decir, siempre, y
el motivo es que él mismo ha recibido un perdón de valor y de alcance infinito
desde la Cruz ,
puesto que Cristo ha derramado su Sangre y ha dado su vida para perdonarlo.
El verdadero y único perdón cristiano
es el perdón que se da en nombre de Cristo, porque cada uno ha recibido un
perdón de valor infinito desde la
Cruz. El cristiano que se niega a perdonar a su prójimo, se
hace reo de la Justicia
divina.
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