“¿Pueden beber del cáliz que
Yo he de beber?” (cfr. Mt 20, 17-28).
Luego de que Jesús anuncia su Pasión, que será traicionado, azotado y
crucificado, para luego resucitar, se postra ante Él la madre de los hijos de Zebedeo,
pidiéndole puestos de honor para sus hijos en el cielo.
El
pedido incomoda y molesta a los demás discípulos, puesto que ellos ambicionan y
codician esos mismos puestos.
Visto
desde afuera, parecería una lucha más entre distintas facciones de cualquier
organización mundana, para alcanzar el poder y el honor de los primeros
puestos.
Sin
embargo, en la Iglesia ,
las cosas son distintas: mientras en el mundo el puesto de honor está motivado,
por lo general, por deseos de satisfacer la concupiscencia del espíritu, la
soberbia, y se logra por medio de prebendas y dádivas, es decir, de modo
deshonesto, y una vez conseguido, se utiliza para el goce egoísta y el disfrute
mezquino, en perjuicio de los demás, en la Iglesia , los puestos de máximo poder, honor y
gloria, es decir, los puestos en el cielo, que es lo que pide la madre de los
hijos de Zebedeo, son concedidos por Dios Padre a quienes en la tierra muestran
máxima humildad y máxima configuración a la humillación de Jesús en la Pasión ; son concedidos por
Dios Padre a quienes siguen, en la tierra, a su Hijo Jesús, por el camino de la Cruz , es decir, por el
abandono, la incomprensión, y hasta incluso la traición; son concedidos por
Dios Padre a quienes en la tierra buscan servir a los demás y sacrificarse por
los demás en la más completa humildad y en el más absoluto de los anonimatos,
buscando no figurar ni aparecer, lo cual no quiere decir no hacer nada, sino
hacer todo lo más perfectamente posible, pero sin deseos de sobresalir ni de
ser aplaudidos por los hombres, sino únicamente ser vistos por Dios Padre.
Los
puestos en el cielo, los puestos de máximo poder, honor y gloria, son
concedidos por Dios Padre a quienes quieren y pueden beber del cáliz amargo de la Pasión ; a quienes quieren y
pueden participar de la Cruz
de Jesús.
“¿Podéis
beber del cáliz de la amargura que Yo he de beber?”, les pregunta Jesús a los
hermanos Zebedeo, y también hace la misma pregunta a los cristianos de hoy. Y los
cristianos de hoy, movidos por la gracia, al igual que los hijos de Zebedeo, y
seguros de poder participar de la
Cruz de Jesús con la ayuda divina, dicen: “Podemos”.
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