“Amad a vuestros enemigos” (Lc 6, 27-38). Amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os injurian”. Jesús presenta una norma de conducta
que anula a la Ley de Talión que prevalecía hasta entonces. En efecto, hasta
Jesús, el comportamiento contra el prójimo considerado enemigo, era el de “ojo
por ojo y diente por diente”. Ahora, eso queda abolido para siempre y es
reemplazado por otra actitud: amar al enemigo, hacer el bien a quien nos odia,
bendecir al que nos maldice, orar por los que nos injurian, poner la otra mejilla.
Ahora bien, lo que hay que considerar es que no se trata de meras reglas
morales, porque la pretensión de Jesús no es que los cristianos, aplicando
estas reglas, seamos simplemente “buenos”: se trata de imitarlo a Él en la cruz
y de participar de su bondad, porque es Él en la cruz quien ama a sus enemigos –que
somos nosotros por el pecado-, hace el bien a quien lo odia, a quien lo está
crucificando; es Él en la cruz quien bendice a quienes lo maldicen, ora por los
que lo injurian y pone la otra mejilla. En definitiva, Jesús quiere que hagamos
porque, como hemos dicho, no solo quiere que lo imitemos, sino que participemos
de la bondad divina, de la bondad que brota de su Sagrado Corazón. Sólo así
recibiremos en paga la Divina Misericordia y seremos objeto de la misericordia
y el perdón de Dios. Aquel que, frente a la afrenta de su prójimo se olvida de
las palabras de Jesús y no las pone en práctica, sino que se dedica a descargar
su enojo, su rencor, su maledicencia, en vez de perdonar y amar, no recibirá
nunca la misericordia de Dios, sino que será reo de su Justicia divina.
“Amad a vuestros enemigos”. Cuando se presente la
ocasión de que tengamos enemigos, recordemos las palabras de Jesús y las
pongamos en práctica, para ser merecedores de la Misericordia Divina y no de su
Justicia.
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