“¿A
quién se parecen los hombres de esta generación?” (Lc 7, 31-35). Jesús compara a los hombres de esta generación –en
realidad, a los hombres de todos los tiempos, por lo tanto, estamos incluidos
nosotros- con jóvenes apáticos e indiferentes, que están sentados en la plaza y
a todo –sea música fúnebre o alegre- ponen un pretexto para no participar en
nada. Jesús se refiere a la Iglesia, y se podría comprender en este grupo a los
que recién hacen la Comunión y la Confirmación, aunque también a muchos
mayores: todos buscan pretextos para alejarse de la Iglesia. Los hombres de
esta generación, en relación a la Iglesia, son como los jóvenes de la plaza:
apáticos, indiferentes, desganados, antipáticos, contrarios a la Iglesia, sea
lo que sea que esta haga. Así, por ejemplo, si a los jóvenes les tocan música fúnebre,
no participan de ella; si tocan música alegre, no bailan, se quedan quietos,
sin hacer nada y los ejemplos bíblicos son los del Bautista, que es austero, ni
come ni bebe y lo califican de demonio; en cambio, cuando el Hijo del hombre
come y bebe, le dicen que es un comilón y que come con pecadores. Es decir, la
actitud del hombre de hoy respecto de la Iglesia es la de los jóvenes de la
plaza: si la Iglesia hace algo, la critican porque lo hace; si no lo hace, la
critican porque no lo hace. En realidad, esconden su desánimo y su desgano para
ingresar en la Iglesia y trabajar en ella por la salvación de las almas. Son los
que viven permanentemente criticando a quienes asisten a Misa, diciendo que
ellos no van porque son mejores, pero lo único que hacen con esto es
auto-justificarse en su apatía.
“¿A
quién se parecen los hombres de esta generación?”. ¿A quién nos parecemos
nosotros? ¿Somos como los jóvenes de la plaza, que sólo critican sin hacer
nada, o más bien somos de los que nos ponemos a trabajar por la salvación de
las almas, sin hacer mayores preguntas?
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