“A
ti te lo digo, levántate”. Jesús hace un milagro de resurrección de muertos. El
muchacho estaba verdaderamente muerto, su alma se había desprende de su cuerpo,
que es lo que define a la muerte y la prueba es que estaba siendo llevado en
cortejo mortuorio. A la sola orden de su voz, su alma vuelve a unirse con su
cuerpo, volviéndolo a la vida. No es extraño un milagro de este orden; por el
contrario, es propio de Cristo, el Hombre-Dios. Él es el Alfa y el Omega, el
Principio y el Fin, Él posee las llaves de la vida y de la muerte y si bien
la muerte no es por su culpa, sino por el diablo -por la envidia del diablo
entró la muerte en el mundo-, Él tiene poder absoluto sobre la vida y la muerte
y es por esto que, compadecido, restituye a la vida al hijo único de la viuda
de Naím.
“A
ti te lo digo, levántate”. La poderosa voz de Jesús tiene también poder para
levantar del letargo en el que el alma duerme y despertarla a la vida de la fe.
En nuestros días, en el que la mayoría de las almas de los católicos parecen
vivir en un letargo mortal, sería conveniente que su voz resucitadora resonara
en todas las almas de los bautizados, a fin de que estos dejen de dormir en el
sueño del ateísmo, el agnosticismo y la superstición y despierten a la
verdadera fe del Dios Uno y Trino que, en la Persona del Hijo, se encarnó para
salvar a la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario