“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús” (Lc 9,7-9). En el Evangelio se narra que
Herodes “tenía ganas de ver a Jesús”, luego de escuchar cosas maravillosas de Él.
Herodes sabía que no podía ser Juan, ya que él mismo lo había mandado a
decapitar, por lo que quería, a toda costa, saber quién era Jesús, del cual oía
hablar constantemente maravillas y por eso es que quiere verlo: “Tenía ganas de
ver a Jesús”.
Frente a las ganas de Herodes de ver a Jesús y
sabiendo lo que era Herodes, un disoluto y un asesino, pues había mandado
decapitar a Juan, y que a pesar de eso “tenía ganas de ver a Jesús”, nosotros
nos podemos preguntar: ¿tenemos ganas de ver a Jesús? Hemos oído hablar cosas
maravillosas de Jesús, como por ejemplo, que nos quitó del dominio del Demonio
y nos concedió la gracia de la filiación adoptiva en el Bautismo; que se nos
dona en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía; que nos
dona el Amor de Dios, el Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación;
que nos perdona nuestros pecados en cada Confesión Sacramental y como estos,
miles de hechos milagrosos más en nuestras vidas personales. Aún así, muchos
parecerían que no tienen ganas de ver a Jesús; aún más, cuanto más lejos estén
de Jesús, tanto mejor para ellos y esto es lo que explica la ausencia de tantos
bautizados dentro de la Iglesia.
“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús”. A Herodes,
Jesús no le había hecho ningún milagro personal; sin embargo, “tenía ganas de
verlo”, dice el Evangelio. Y si bien al parecer no quería verlo para
convertirse, sin embargo, “tenía ganas de verlo”. ¿Qué pasa con nosotros?
¿Tenemos ganas de ver a Jesús, Presente verdadera, real y substancialmente en
la Eucaristía, después que Jesús ha hecho tantos milagros por nosotros,
dándonos muestras más que evidentes de su Amor? ¿O, por el contrario, somos
como aquellos que, a pesar de haber recibido infinitas muestras de Amor de
parte de Jesús, no tienen ganas de verlo en el sagrario?
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