(Domingo XXXI - TO - Ciclo C –
2019)
“Hoy ha entrado la salvación a esta casa” (Lc 19, 1-10). Jesús va caminando,
acompañado por una multitud; mientras pasa a la altura de la casa de Zaqueo, se
dirige a este, que se encontraba subido a un sicomoro para poder verlo, a causa
de su baja estatura, diciéndole: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es
necesario que hoy me quede en tu casa”. Zaqueo obedece y, muy contento, recibe
a Jesús en su casa. Al ver la escena, hay algunos que murmuran, criticando a
Jesús porque ha entrado en la casa de Zaqueo, que es un pecador, jefe de
publicanos y hombre muy rico. Es decir, a muchos les molesta el hecho de que
Jesús haya elegido la casa de un pecador para entrar. Sin embargo, el ingreso
de Jesús en la casa de Zaqueo cambia las cosas, puesto que, gracias a Jesús,
Zaqueo se convierte y decide compartir “la mitad de sus bienes” con los más
necesitados, además de devolver “cuatro veces más” a aquel a quien haya podido
perjudicar. Visto con ojos humanos, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo no
parece ser lo mejor, puesto que Él es Santo –es Dios Tres veces Santo-,
mientras que Zaqueo es un pecador. Sin embargo, visto desde la perspectiva de
Dios, es lo que Jesús debía hacer y es lo que Él ha venido a hacer: a convertir
a los pecadores. Como consecuencia del ingreso de Jesús en su casa, Zaqueo se
convierte, deja de ser pecador, porque ha recibido a Jesús en su casa material
y en su casa espiritual, su corazón; ésa es la razón por la que decide dar “la
mitad de sus bienes” a los pobres, además de resarcir “cuatro veces más” a
quien haya podido perjudicar.
“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”. En cada
comunión eucarística, se repite la escena del ingreso de Jesús en casa de
Zaqueo, un pecador, porque Jesús Eucaristía ingresa, por la comunión, en
nuestra casa interior, que es nuestra alma y nuestro corazón. Al igual que
Jesús quiso entrar en casa de Zaqueo para comunicarle de su santidad y así
convertirlo, así Jesús Eucaristía quiere ingresar en nosotros para comunicarnos
la santidad de su Sagrado Corazón Eucarístico, para lograr nuestra conversión. Esta
conversión, para que sea real y no fingida, necesita demostrarse por obras de
caridad y misericordia. Esto quiere decir que tal vez no compartamos la mitad de
nuestros bienes con los pobres, ni tengamos necesidad de devolver cuatro veces
más, porque no hemos estafado a nadie,
pero sí es necesario que hagamos obras de misericordia, única manera de saber
si el ingreso de Jesús en nuestras casas o almas por la Eucaristía, da el fruto
de santidad –como lo dio en Zaqueo- que Él espera.
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