“Vuestra casa se quedará vacía” (Lc 13, 31-35). La tremenda profecía de Jesús es para los fariseos,
los escribas y los doctores de la Ley, que lo rechazan a Él y a su mensaje de
salvación y no sólo eso, sino que maquinan su asesinato por medio de la
crucifixión. También está dirigida al Pueblo Elegido en general, porque será
este pueblo el que, azuzado por sus dirigentes, se alegrará con su condena a
muerte y contemplará con gozo su crucifixión. La pena para el deicidio que
habrá de cometer el Pueblo Elegido –Jerusalén- es quedar con la “casa vacía”:
Jesús está profetizando el fin del Templo y sus ritos cultuales, profecía que
se mantiene hasta la actualidad. Sin embargo, esta tremenda profecía está
dirigida también para todos los cristianos de todos los tiempos, porque también
habrá cristianos que, aun bautizados y habiendo recibido la Comunión y
Confirmación, harán apostasía, es decir, abandonarán a Cristo en pos de falsos
dioses e ídolos paganos. Para estos tales, también está reservada la profecía: “Vuestra
casa se quedará vacía”, siendo la casa vacía el alma sin la gracia de Dios.
“Vuestra casa se quedará vacía”. No hay peor desgracia
para el alma que quedarse con la “casa vacía”, es decir, sin la gracia y sin la
Presencia de Dios Uno y Trino. De nosotros depende el permanecer en gracia o
elegir quedarnos, a causa del pecado, con la “casa vacía”, es decir, sin la
Presencia de Dios Trinidad.
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