(Ciclo C - 2019)
Cristo es nuestro Dios y es también nuestro Rey. Ahora bien, no es un rey al
modo terreno, sino que se diferencia de ellos. Los reyes terrenos gobiernan
desde mullidos tronos de oro y madera finísima, sentados en cómodos
almohadones; están rodeados por cortesanos que obedecen prontamente sus órdenes
y permanentemente lo están halagando y pendientes de sus órdenes; los reyes de
la tierra están coronados con coronas de oro y plata, adornadas con toda clase
de piedras preciosas, revestidas en su interior con terciopelo; los reyes de la
tierra tienen un cetro de madera de roble que indica su poder y majestad; están
vestidos con costosísimos trajes de seda, de lino, de púrpura y de toda clase
de telas finísimas; sus pies están calzados con medias de seda y los zapatos
son finísimos, bordados en oro y con incrustaciones de piedras preciosas. Los
reyes de la tierra gobiernan despóticamente a sus súbditos, quienes a pesar de
eso, los aclaman y obedecen sus órdenes sin rechistar por un segundo. Los reyes
de la tierra mandan sobre ejércitos compuestos por miles de soldados y guerreros
que luchan a sus órdenes y están dispuestos a invadir tierras y propiedades
ajenas con tal que su señor se los pida y están dispuestos a ir a la guerra,
aun cuando éstas sean injustas y estén sólo motivadas por la codicia y la
ambición del rey. Los reyes de la tierra han heredado sus reinos de sus padres,
por lo general, y lo transmiten a su vez a sus descendientes, aunque no pueden
transmitirlo más que a uno o a dos, o a lo sumo tres o cuatro, para lo cual
tiene que dividir su reino en tantas partes cuantos herederos sean. Los reyes
de la tierra llegan a ocupar el trono, sin haber tenido más méritos que el
haber sido hijos de sus padres, de quienes heredaron su reino y no hacen más
méritos que acrecentar, por la violencia y la codicia, el mismo reino, reino
que por lo tanto está viciado de injusticias de todo tipo.
Nuestro Rey, Cristo Dios, es Rey, pero no al modo a como lo son los reyes de la
tierra. Ante todo, su trono no es de oro, sino de madera tosca y rústica,
porque su trono es el Trono Real de la Santa Cruz; no está sentado cómodamente,
sino que está de pie, con manos y pies clavados con duros, gruesos y filosos
clavos de hierro, que atenazan sus manos y pies al leño de la cruz. No está
sentado en cómodos almohadones de seda, sino que está de pie, luchando
agónicamente por respirar en cada movimiento que hace, porque la posición de
crucificado le hace respirar con mucha dificultad, al tiempo que cada
movimiento que hace para respirar, es fuente de infinitos dolores en todo el
cuerpo; el cetro que ostenta nuestro rey no es de ébano finísimo, sino de
hierro, porque su cetro son los clavos que fijan cruelmente sus manos y pies al
madero de la cruz; nuestro Rey no está vestido con vestidos costosos y
finísimos, sino con un manto que cubre su humanidad -según la Tradición es el
velo de la Virgen- y está recubierto con un manto púrpura, que cubre todo su
cuerpo y que no es otra cosa que su Sangre preciosísima, que brota de sus
heridas abiertas y sangrantes; nuestro Rey no está rodeado por cortesanos que
lo halagan y están pendientes de sus órdenes, sino por una multitud incontable
de seres humanos de todos los tiempos, que con sus pecados lo crucifican y le
provocan dolores acerbos a cada respiración, siendo la presencia de su Madre y
la de Juan Evangelista su único consuelo ante tanta ingratitud; nuestro rey no
está coronado con corona de oro y plata y revestida por dentro con seda: su
corona está formada por espinas duras, gruesas y filosas, que rodean por
completo su cabeza y le provocan dolor y sangrado abundante, porque rasgan su
cuero cabelludo, haciendo brotar ríos de Sangre Preciosísima que desde su
cabeza se derrama por su cara y por su cuerpo sagrado, ensangrentándolos. Sus
pies están desnudos y clavados a la cruz, al igual que sus manos, por duros y
filosos clavos de hierro, que apenas si le permiten respirar con gran
dificultad y dolor. Nuestro Rey gobierna desde la cruz no de manera despótica,
sino con gran amor, entregando su vida por nuestra salvación, por la salvación
de sus súbditos que somos nosotros, pero aún así somos rebeldes a su Amor y nos
empecinamos en desobedecer su mandato de Amor, aun cuando son órdenes dadas con
Amor y para nuestra salvación. Nuestro Rey manda sobre hombres y ángeles,
estando estos últimos listos para acatar sus órdenes, que si Él quisiera,
seríamos aniquilados en un instante, finalizando así su sufrimiento, pero
nuestro Rey no da esas órdenes a los ángeles, porque quiere salvarnos con su
Cruz. Nuestro Rey no ha heredado su reino de hombre alguno, sino de su Padre
Dios, quien desde la eternidad le comunicó su Ser y su Naturaleza, por lo que
Cristo es Dios y es Rey desde toda la eternidad, de cielos y tierra y si bien
ahora está en la Cruz, con sus manos y pies crucificados, ha de venir al fin de
los tiempos para juzgar a la humanidad, separando a buenos de malos, llevando
al cielo a los buenos y condenando a los malos al Infierno eterno. Nuestro Rey no se queda con el Reino para Él sólo, ni lo comparte a uno o a dos, sino que lo da a todo aquel que lo sigue por el Camino Real de la Cruz y por amor se hace partícipe de su Pasión. Finalmente,
nuestro Rey reina desde la Cruz, pero reina también desde la Eucaristía y desde
allí nos pide que vayamos a demostrarle nuestro amor y a proclamar que Él es el
Rey de nuestras almas, hasta que vuelva con gloria y esplendor, cuando por su
misericordia, lo proclamaremos Rey por toda la eternidad en el Reino de los
cielos.
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