“Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le
quitará hasta lo que tiene” (Lc 19, 11-28).
Jesús compara al Reino de Dios con un hombre que debe partir de viaje para ser
coronado rey y reparte tres onzas de oro a otros tantos trabajadores, para que
la hagan rendir y le den las ganancias cuando él regrese. Cada uno de ellos
recibe una misma onza de oro, pero el resultado es distinto: el primero hace
rendir diez y recibe en recompensa el gobierno de diez ciudades; el segundo
hace rendir cinco y recibe el gobierno de cinco ciudades; en cambio el tercero,
en vez de hacerla rendir y producir más dinero, entierra la onza de oro, por
temor a perderla y recibir el reproche de su señor. Éste último, al enterarse
de lo que hizo, lo trata de “holgazán” y le dice que le quiten la onza de oro y
se la den al que ya tenía diez.
Para entender la parábola, hay que sustituir los
elementos naturales por los sobrenaturales: el noble que viaja para ser
nombrado rey y luego regresar ya coronado como rey, es Jesucristo que, con su
misterio pascual de muerte y resurrección, muere en cruz, resucita y sube a los
cielos y desde allí, ya coronado como Rey Victorioso y Vencedor Invicto, ha de
volver en su Segunda Venida para juzgar a vivos y muertos; la onza de oro que
el noble reparte a sus criados, es la gracia santificante que Dios nos concede
por los méritos de la muerte de Cristo en la cruz; los trabajadores somos nosotros,
en esta vida terrena, el primer y segundo trabajadores, que hicieron
fructificar la onza de oro y recibieron diez y cinco ciudades en recompensa,
son los santos que hacen fructificar la gracia, dando frutos de santidad: en la
otra vida, son recompensados con distintos grados de gloria –eso representan
las ciudades-, según fueron sus obras aquí en la tierra; el trabajador holgazán
es el cristiano que ha recibido la onza de oro, es decir, la gracia
santificante, pero no la hace fructificar porque no trabaja para el Reino; es
el que entierra sus talentos para Dios y la Iglesia y se dedica a vivir
mundanamente, sin importarle la santidad de vida a la que está llamado. El hecho
de que le quiten la onza de oro es un preludio de su eterna condenación, porque
significa que le es quitada, por su holgazanería, la gracia que tenía y un alma
sin gracia no puede salvarse, sino que se condena. Por último, un detalle que
pasa muchas veces desapercibido: cuando el noble parte para ser nombrado rey,
hay algunos enemigos suyos que manifiestan explícitamente que no quieren que él
sea rey de ellos; a estos enemigos, el noble, cuando vuelve ya como rey, los
hace traer ante su presencia y los hace degollar delante suyo. Parece un
detalle muy escabroso, pero es para significar la gravedad del destino de quien
se opone a Cristo y su Reino: los enemigos del Rey –los enemigos de Cristo- no son
otros que los demonios y los hombres condenados: para ellos, en la otra vida,
no hay ya misericordia alguna, sino solo Justicia Divina y esa Justicia es la
que exige su eterna condenación en el infierno, que es lo que significa que
estos sean degollados.
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