(Domingo
XXXIII - TO - Ciclo C – 2019)
“Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra (…)
tendréis ocasión de dar testimonio” (Lc
21, 5-19). Jesús trata dos temas distintos en un mismo discurso: el tema de la
destrucción del templo y el tema de su Segunda Venida; el primer suceso sería
la señal para la huida de los discípulos; el segundo constituiría una
catástrofe de la que era imposible huir; el primero es anunciado como cercano y
sería visto por los discípulos; del segundo, Jesús se abstiene de predecir el
tiempo, porque es un secreto de su Padre Dios[1].
La pregunta es: ¿por
qué trató los dos asuntos de forma unida, dando con esto motivo a que se
produjese un posible error? Lo que hay que tener en cuenta es que, por un lado,
el error de que el fin del templo sería el fin del mundo era una convicción de
los israelitas; no se imaginaban la continuación del mundo después de la
destrucción completa de Jerusalén y del templo, con el colapso del judaísmo y
de la ley mosaica. Por lo tanto, era necesario que Jesús sacara del error de
manera inequívoca a sus propios discípulos acerca del triunfo de Israel y la
eterna supremacía de la ley mosaica. Jesús hace esto para que sus discípulos
sepan que Él no es el Mesías terreno que esperaban los judíos. En efecto, los
judíos esperaban un Mesías terreno que habría de prolongar, para siempre, al
judaísmo en la tierra: Jesús les hace ver que Él no es ese Mesías, porque el
templo será destruido y con él se dispersará el Pueblo Elegido. Jesús anticipa
la inminente ruina del templo cuando dice “vuestra casa quedará desierta”; los
discípulos llaman la atención de su Maestro sobre los soberbios edificios y las
grandes puertas de bronce que conducían a los atrios interiores; sin embargo,
el templo, edificado para la eternidad, pronto no sería más que un montón de
piedras. Cuando Jerusalén sea asediada por ejércitos, entonces será la señal
para que los discípulos puedan huir de la ciudad; cuando esto suceda, Jerusalén
estará bajo los pies de los gentiles, quienes ocuparán el lugar de los judíos
en el plan divino.
Por otro lado, cuando
los discípulos le preguntan, angustiados, cuándo será eso y cuál será la señal
de que todo está por suceder, Jesús pasa a hablar de su Segunda Venida, la cual
estará precedida por la aparición de falsos cristos, como así también por
guerras generalizadas, aunque no será todavía el final. Tanto la ruina de la
ciudad como su Segunda Venida estarán precedidas por la persecución de los
cristianos, lo cual será ocasión para ellos para testificar la verdad o bien
que serán llevados al martirio, entendido como testimonio cruento. En ese
entonces, será el Espíritu Santo el que será fuente de inspiración para los
cristianos que den testimonio de Cristo[2].
Los cristianos que pierdan sus vidas por Cristo, salvarán sus almas, de ahí la
expresión: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. A diferencia
de la destrucción del templo, el terror y la angustia que precederán a la
Segunda Venida del Hijo del hombre no se limitarán a Jerusalén, sino que se
extenderán a todo el mundo; Nuestro Señor insiste en que no se darán señales
anunciadoras de su Segunda Venida, porque vendrá de repente, cuando menos se la
espere, como un ladrón durante la noche.
“Llegará un día en que
no quedará piedra sobre piedra (…) tendréis ocasión de dar testimonio”.
Nosotros, los cristianos, el Nuevo Pueblo Elegido, nos encontramos en una
situación intermedia: ya ha ocurrido la destrucción del templo, pero todavía no
se ha producido la Segunda Venida del Señor. De ésta Segunda Venida sabemos que
estará precedida por guerras y por la aparición de falsos mesías, como los de
las sectas, y que tendremos oportunidad de dar testimonio, incluso martirial,
cuando ya la Segunda Venida esté próxima. Debemos mantenernos en gracia, para
que sea el Espíritu Santo quien hable a través nuestro y dé testimonio de
Cristo Dios, Presente en la Eucaristía, como Rey de cielos y tierra.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario
al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 638.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 639.
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