“¡Ay
de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del
saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el
paso’’ (Lc 11, 47-54). De entre los “ayes”
dirigidos por Jesús contra la casta sacerdotal de su tiempo, representada
principalmente por los fariseos, destaca el siguiente, dirigido esta vez contra
los doctores de la ley: Jesús les reprocha a estos “tener la llave del saber”
para entrar en el Reino de los cielos y el no haberla sabido aprovechar, ya que
no han entrado ellos, ni han permitido que otros entren: “¡Ay de ustedes,
doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber!
Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso’’.
¿De
qué saber se trata? De un saber, o una sabiduría, que no es de origen humano,
sino de origen celestial, es decir, proveniente de Dios en Persona. Uno de
estos saberes, por ejemplo, es la revelación dada al Pueblo Elegido de que Dios
era Uno y de que no había múltiples dioses y por esta razón, los hebreos eran
el único pueblo monoteísta de la Antigüedad; otro saber, por ejemplo, es el
conocimiento que Dios da a su Pueblo acerca de su voluntad, manifestada en las
Tablas de la Ley, en el Decálogo. Entonces, hay por lo menos dos conocimientos
que tenían los hebreos y que no tenían los demás pueblos: que Dios era Uno y
que había una Ley de Dios, que Él quería que fuera cumplida, porque ésa era su
voluntad. Con su comportamiento cínico, hipócrita y falaz, los doctores de la
ley –y también los fariseos y los escribas-, demuestran no utilizar la
sabiduría que Dios les ha concedido y es por esto que ni entran ellos en el Reino
de Dios, ni dejan a los demás entrar. Aquí vemos reflejada la importancia que se
da entre el saber y el obrar, porque no es lo mismo no obrar –el Bien- porque
no se sabe, a no obrar el Bien, aun sabiendo que hay que hacerlo. De ahí el
duro reproche de Jesús a los doctores de la ley.
“¡Ay
de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del
saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el
paso’’. Nosotros también tenemos un conocimiento dado por el Cielo, el
Catecismo que hemos recibido para la Primera Comunión y para la Confirmación;
por este conocimiento, por esta sabiduría, sabemos, entre otras cosas, que debemos
vivir en gracia y recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía,
además de obrar la misericordia, si queremos entrar en el Reino de los cielos. Recordemos
que “al que más se le dio, más se le pedirá”: a nosotros se nos dio un
conocimiento celestial que proviene de la Inteligencia misma de Dios Uno y
Trino y por lo tanto, más obras de misericordia se nos pedirá, en relación a
quienes no saben el contenido del Catecismo. Ahora que sabemos, obremos la
misericordia, para no ser como los doctores de la ley, que saben, pero no
obran. Si hacemos así, tanto nosotros, como nuestros seres queridos y todos
cuantos nos rodeen, entraremos en el Reino de los cielos, al finalizar nuestra
vida terrena.
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