“Estén
preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”
(Lc 12, 39-48). Hay una cosa que
sabemos y dos que no sabemos: sabemos que indefectiblemente hemos de morir,
para ingresar en la vida eterna; no sabemos cuándo será eso, es decir, no
sabemos ni el día ni la hora de nuestra muerte personal, ni tampoco sabemos el
día ni la hora de la Segunda Venida de Jesús, para el Juicio Final. Con la figura
de un padre de familia que está vigilante para que no entre el ladrón y con la
figura de un administrador fiel, que se comporta “con fidelidad y prudencia” en
la espera del regreso de su amo, Jesús nos anima a estar preparados para ambos
momentos, tanto para el momento de la muerte personal, como para el momento del
Juicio Final. Si esto hacemos –que no consiste en otra cosa que vivir como
hijos de Dios, en estado de gracia, cumpliendo la Ley de Dios y sus
Mandamientos y rechazar el pecado-, recibiremos como recompensa el Reino de los
cielos, la eterna bienaventuranza.
El
siervo malo, que en vez de esperar a su señor, se encarga de maltratar a sus
prójimos y de embriagarse y comer desenfrenadamente, representa al alma que,
sin la gracia santificante, está dominada por sus pasiones, principalmente la
ira y la gula. Esta alma no cree ni espera en la Segunda Venida de Jesús y por
eso piensa que los vanos placeres de este mundo son los únicos que existen y se
dedica por lo tanto a satisfacer sus pasiones y sus bajos instintos. Ese tal,
es quien ha renegado de la fe y ya no espera al Señor Jesús; ese tal, no
recibirá recompensa alguna, sino un castigo proporcional a sus faltas,
recibiendo la eterna condenación.
“Estén
preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.
Cada uno es libre de elegir quién quiere ser: si el siervo bueno y fiel, que
espera el encuentro definitivo con Jesús y cree en su Segunda Venida en la
gloria, o el siervo malo e infiel, que no lo espera porque no cree en Él y por
lo tanto ni vive en gracia ni obra la misericordia. En definitiva, de nosotros,
de nuestro libre albedrío, depende nuestra salvación o nuestra condenación. Pidamos
la gracia de estar siempre atentos a la Segunda Venida en la gloria de Nuestro
Señor Jesús.
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