(Domingo
V - TP - Ciclo C – 2019)
“Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13, 31-33a.34-35). Jesús dice que
deja un mandamiento nuevo, que es el amor al prójimo, pero en el Antiguo
Testamento ya existía ese mandamiento, lo cual quiere decir que –al menos en
apariencia- el mandamiento de Jesús no es tan nuevo como Él lo dice. En el
Antiguo Testamento se mandaba amar al prójimo, al igual que lo hace Jesús
ahora; por eso, visto de esta manera, no se entiende dónde está la novedad del
mandamiento de Jesús, si éste ya existía. Muchos podrían objetar y decir: Jesús
manda un nuevo mandamiento que no tiene nada de nuevo, porque ya existía el
mandamiento de amar al prójimo en el Antiguo Testamento.
Sin
embargo, el mandamiento de Jesús es nuevo y de tal manera, que es completamente
nuevo, aun cuando en el Antiguo Testamento ya existiera un mandamiento que
mandara amar al prójimo. La causa de la novedad de Jesús radica en dos
elementos: en el concepto de prójimo y en la cualidad del Amor con el que Jesús
manda amar al prójimo. Es decir, la diferencia con el mandamiento del Antiguo
Testamento es en la consideración del prójimo y en la cualidad del amor con el que
se manda amar al prójimo.
Con
respecto al prójimo, hay que tener en cuenta que para los hebreos el prójimo
era solo otro hebreo que profesaba la religión judía, con lo cual, el
mandamiento estaba restringido solo a los de raza hebrea y de religión judía:
la diferencia con el mandamiento de Jesús es que el cristiano ama a su prójimo
sin importar la raza, la religión, la nacionalidad, la condición social, es
decir, el concepto de prójimo es mucho más amplio, puesto que abarca a todo ser
humano, que el concepto de prójimo que tenía el Antiguo Testamento. A esto hay
que agregar que, en la condición de prójimo, está incluido el enemigo personal
–no el enemigo de Dios y de la Patria-, porque Jesús también dice: “Ama a tu
enemigo”.
La
otra diferencia es la cualidad del amor: en el Antiguo Testamento, se mandaba
amar con las solas fuerzas del amor humano, ya que el mandamiento con el que se
mandaba amar a Dios y al prójimo decía: “Amarás a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu alma, con todo tu corazón, con todo tu
ser”, es decir, ponía el acento en el amor puramente humano, que debía
dirigirse a Dios y por lo tanto también al prójimo. En el mandamiento de Jesús,
en cambio, el amor con el que se manda amar –a Dios y al prójimo- no es el mero
amor humano: es el Amor con el que Él nos ha amado y ese Amor es el Amor de
Dios, el Espíritu Santo: en efecto, Jesús dice “amaos los unos a los otros como Yo os he amado” y Jesús nos ha
amado con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Amor del Padre y del Hijo,
el Espíritu Santo. El cristiano, en consecuencia, debe amar a su prójimo -incluido el enemigo- con el Amor de Dios, el Espíritu Santo. ¿Cómo conseguir este amor, que por definición no lo tenemos ni es nuestro? Postrándonos ante la Cruz de Jesús e implorando el Amor del Espíritu Santo, y recibiéndolo -en estado de gracia- en la Comunión Eucarística.
Por
último, hay además otro elemento que no estaba presente en el Antiguo
Testamento y es la Cruz: Jesús nos dice que nos amemos unos a otros “como Él nos ha amado” y eso implica que
no sólo nos ha amado con el Amor del Espíritu Santo, sino que Él nos ha amado hasta la muerte de Cruz y es así, hasta
la muerte de Cruz, como debe amar el cristiano a su prójimo, incluido el
enemigo.
“Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”. El
mandamiento de Jesús es verdaderamente nuevo y radicalmente distinto del mandamiento del Antiguo Testamento y consiste, entonces, en amar a todo prójimo, sin
distinción de razas, de religión ni de nacionalidad; amar con el amor de Dios,
el Espíritu Santo; amar hasta la muerte Cruz. Todos estos son elementos que
hacen que el mandamiento de Jesús sea un mandamiento verdaderamente nuevo y de
origen celestial.
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