“Tiene
que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado” (Jn 13,1 6-20). En el transcurso de la
Última Cena y luego de haber Jesús lavado los pies a sus discípulos, dándoles
muestra de inmensa humildad, Jesús profetiza acerca de la traición que ha de
sufrir a manos de Judas Iscariote: “Tiene que cumplirse la Escritura: “El que
compartía mi pan me ha traicionado”. Hasta ese momento, nadie, excepto Judas
Iscariote -y el mismo Jesús, obviamente-, sabía que Jesús habría de ser
entregado en manos de sus enemigos por parte de alguien que, al menos en
teoría, formaba parte de su círculo más íntimo de amigos y apóstoles. Jesús anticipa,
proféticamente, pues Él lo sabía en cuanto Dios, que Judas Iscariote, instigado
por Satanás, habría de traicionarlo. Esto, la traición a Jesús, es algo que ninguno
de los Apóstoles -excepto Judas Iscariote- habría podido siquiera imaginarlo.
¿Cómo y por qué traicionar a Jesús, que les había dado muestras de su amor,
llamándolos en la Última Cena no “siervos”, como les correspondía, sino “amigos”,
tal como lo dictaba el Amor de Dios? ¿Cómo y por qué traicionar a Jesús, que se
había declarado Hijo de Dios y lo había comprobado por sus obras, milagros que
sólo Dios podía hacer? ¿Cómo y por qué traicionar a Jesús, que no sólo nada
malo había hecho, sino que todo lo que había hecho era derramar el Amor de Dios
dondequiera que fuera? Era impensable que Jesús fuera traicionado por sus
amigos y, sin embargo, ésa era la realidad que Jesús les estaba revelando: uno,
que había compartido con él fatigas y sudores; uno, que había compartido con Él
su apostolado; uno, que había recibido de Él personalmente sus enseñanzas; uno,
que había sido llamado por Jesús “amigo” y no “siervo”, ése, era ahora el que
lo traicionaba, porque así estaba escrito: “Tiene que cumplirse la Escritura:
“El que compartía mi pan me ha traicionado”.
A
lo largo de la historia, múltiples han sido los Judas Iscariotes que han
traicionado a Jesús y su Evangelio, saliendo incluso de su propio seno, del
seno de la Iglesia Católica: empezando por Lutero, que era sacerdote católico y
se convirtió en hereje y apóstata; luego, siguiendo por numerosos sacerdotes y
movimientos laicales religiosos que, traicionando a Cristo, empuñaron las armas
de fuego en vez de Evangelio y en vez de sembrar vida, sembraron la muerte,
convirtiéndose en movimientos guerrilleros y al margen de toda vida humana
civilizada.
“Tiene
que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. La traición
a Jesús no se urdió en las afueras de su Iglesia: fue del seno mismo de su Iglesia,
de un sacerdote, un apóstol y amigo de Jesús, Judas Iscariote, de quien surgió
la traición que lo entregó en manos de sus enemigos. Puesto que nadie está
exento de caer, debemos siempre pedir la asistencia del Espíritu Santo para no
convertirnos nosotros en otros judas Iscariote. Para que eso no suceda, además
de la asistencia del Espíritu Santo, debemos mantenernos siempre en constante
oración y en estado de gracia.
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