“Son
duras estas palabras” (Jn 6, 60-69).
Muchos de los que escuchan a Jesús, se escandalizan por sus palabras y las
rechazan: “Son duras estas palabras”. Para quien no tiene fe, las palabras de
Jesús son duras, porque son incomprensibles: no se entiende que para tener vida
eterna, hay que comer el Cuerpo de Jesús y beber su Sangre; no se entiende que
para vivir una vida nueva, la vida de los hijos de Dios, se deba comer del Pan
de Vida eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado. Para quien está apegado a esta
tierra y a los placeres mundanos y carnales, las palabras de Jesús, que vienen
del cielo, suenan duras, pero no porque sean duras en sí mismas, sino porque
los corazones de los mundanos que las escuchan, son los que están endurecidos.
Sólo quien ama a Jesús y está iluminado por su gracia, no sólo no considera que
las palabras de Jesús no son duras, sino que, como Pedro, afirman que son
“palabras de vida eterna”. En efecto, para un mundano, el mensaje cristiano es un mensaje duro, pues implica el morir a sí mismos,
para nacer a la vida nueva de la gracia. Sólo quien, como Pedro, está iluminado
por la luz de la fe, reconoce en las palabras de Cristo la Palabra de Dios,
Palabra que es Vida eterna y que da la vida eterna a quien la escucha. Para
nosotros, los católicos, esta Palabra de Dios se nos brinda en las Escrituras,
para ser oída y se nos brinda en el Pan Eucarístico, para ser consumida. De
ambos modos, el alma recibe la Vida eterna que contiene en sí la Palabra de
Dios, Jesús de Nazareth.
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