“Yo
soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed jamás” (Jn 6, 35-40).
Jesús dice algo que supera todo lo que podemos entender o comprender; incluso,
parece decir algo contradictorio o al menos algo que no se cumple: primero,
Jesús dice que Él es “Pan de vida”, lo cual no parece ser así, porque quien
veía a Jesús, en el tiempo en el que Él pronunció estas palabras, veía a un
hombre más entre tantos; de hecho, muchos llaman a Jesús “el hijo del
carpintero”, “el hijo de María”, porque lo veían como un hombre más. Sin
embargo, nada de lo que Jesús dice es contradictorio o no se cumple. Su primera
afirmación, de que Él es el “Pan de vida” y por lo tanto invita a comer de su
cuerpo, esto lo dice antes de que se cumpla su muerte y resurrección: sólo
después de cumplido su misterio pascual de muerte y resurrección, su Cuerpo
estará en la Eucaristía y ahí será cuando se cumplan sus palabras de que Él es
el Pan de vida. Es en la Eucaristía, en donde se encuentra el Cuerpo glorioso y
resucitado de Jesús, en donde se cumplen las palabras de Jesús de que Él es el
Pan de vida, no de una vida terrena, sino de vida eterna. Que sea Pan de vida
eterna, que da la vida eterna y divina de Dios a quien lo consume, se ve en la
segunda parte de su afirmación: “El que viene a mí no tendrá hambre, y el que
cree en mí no tendrá sed jamás”. Es decir, ya hemos probado cómo Jesús es Pan
de vida; ahora, Jesús parece decir algo que no se cumple, porque es de
experiencia común que quien comulga, en estado de gracia obviamente, lo mismo
experimenta luego hambre y sed –a excepción de santos místicos que sólo se alimentaban
de la Eucaristía- y esto parecería ser sí algo que no se cumple, o también algo
contradictorio: Él es el Pan de Vida y quien lo consume, no debería volver a
experimentar hambre o sed, lo cual, es de experiencia común, no se da en la
gran mayoría de los casos. Bien, lo que sucede es que cuando Jesús dice que
quien coma de su Cuerpo, que es el Pan de vida, “no tendrá hambre” y tampoco
“sed” quien crea y por lo tanto coma también de su Cuerpo, sí se cumple, porque
no se está refiriendo al hambre y la sed corporales, sino que se está
refiriendo al hambre y la sed del espíritu, porque Jesús, que es Dios, en la
Eucaristía, nos alimenta con la substancia misma de Dios y con la vida misma de
Dios, por eso, quien consume la Eucaristía, quien se alimenta de la Eucaristía,
no vuelve a experimentar hambre ni sed de Dios, porque su alma queda
extra-colmada y extra-saciada al recibir la substancia y la vida de Dios.
“Yo
soy el Pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed jamás”. Quien se alimenta de la Eucaristía, Pan de vida eterna,
posee en sí mismo la vida de Dios y no experimenta más hambre ni sed de Dios,
en el sentido de que no tiene necesidad de ninguna otra cosa, para saciar su
sed de Amor divino, que no sea la Eucaristía. Quien consume la Eucaristía sacia
completamente su sed de Amor de Dios y no tiene necesidad de ninguna otra cosa
que no sea la misma Eucaristía.
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