(Domingo
III - TP - Ciclo C – 2019)
“¡Es el Señor!” (Jn 6, 16-21).
Jesús resucitado se les aparece a los discípulos -entre los que se encuentran
Pedro y Juan Evangelista- en la orilla del mar, de madrugada, a unos cien
metros desde el lugar donde los discípulos están pescando. -infructuosamente,
porque el Evangelio dice que no pescaron nada-. Después de saludarlos, Jesús
les pregunta si tienen pescado y ellos le responden negativamente; entonces
Jesús realiza lo que podemos llamar la “segunda pesca milagrosa”, porque les dice
que “echen las redes” y haciendo así los discípulos, obtienen tantos peces, que
las redes ya no podían contener más peces. Luego de hacer el milagro, Jesús
infunde su gracia primero en Juan Evangelista, quien así lo reconoce y exclama:
“¡Es el Señor!”. Inmediatamente sucede lo mismo con Pedro, recibe la gracia de
reconocer a Jesús resucitado y se lanza al mar en pos de Él. En la orilla,
Jesús los espera con pescado asado y pan y les convida a sus discípulos.
Después de comer, Jesús le hace una misma pregunta por tres veces a Pedro: le
pregunta si lo ama y muchos autores dicen que es para que Pedro reparara por
las tres veces que lo había negado en la Pasión, antes de que cantara el gallo.
Pedro responde afirmativamente por tres veces, reparando así la triple negación
de la Pasión. Sin embargo, el objetivo de las preguntas de Jesús no es solo que
Pedro reparara su traición y negación, sino que es prepararlo para la misión
que está por encomendarle: en las tres veces que hace la pregunta, Jesús le da
la misma misión: apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos. Es decir, Jesús
encarga a Pedro, que es su Vicario en la tierra, la tarea de “apacentar” a su
rebaño, lo cual quiere decir guiar al pueblo fiel en la fe hacia la Jerusalén
celestial.
La tarea de Pedro, es decir, la tarea del Papa, sea cual este sea, es siempre
la misma: confirmar en la fe al Pueblo fiel de Dios, afirmando siempre la
verdad acerca de Cristo, como Segunda Persona de la Trinidad encarnada que
continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Jesús confía a Pedro la
tarea de “apacentar el rebaño”, lo cual implica, por un lado, defenderlo del
Lobo, que es el ángel caído, el cual propaga herejías y errores, sobre todo en
relación a la Eucaristía y, por otro lado, implica proclamar siempre la Verdad
acerca de la constitución íntima de Cristo, el Hombre-Dios y su misterio
pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual no solo se nos perdonan
los pecados, sino que se nos concede la gracia de ser hijos adoptivos de Dios y
se nos abren las puertas del cielo.
“¡Es el Señor!”. Con la fe de Pedro y con Pedro, el Papa, confirmándonos en la
fe en Jesús como Dios Hijo encarnado, nosotros también, como el Evangelista
Juan, decimos, al contemplar la Eucaristía: “¡Es el Señor!”. Así como Juan, al
contemplar a Cristo en la playa, lo reconoció como al Hombre-Dios encarnado y
exclamó “¡Es el Señor!”, así nosotros también, al contemplar la Eucaristía,
debemos exclamar, junto con Juan Evangelista: “¡Es el Señor!” e ir en pos de
Él. Y Jesús, desde la Eucaristía, no nos dará a comer pescado asado, sino que
nos dará a comer su carne, la Carne del Cordero de Dios, contenida en la
Eucaristía. A nosotros, Jesús resucitado no se nos aparece visiblemente a
orillas del mar, ni nos da a comer pescado: se nos aparece, invisible pero real
y verdaderamente, en la Eucaristía, para darnos de comer la Carne del Cordero
de Dios asada en el fuego del Espíritu Santo. Entonces, cada vez que
contemplemos la Eucaristía, digamos junto con Juan, en la fe de Pedro: “¡Es el
Señor!” y vayamos en pos de Él.
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