Jesús explica cómo será el fin de los tiempos con la
parábola del sembrador que siembra trigo, pero viene su enemigo y siembra
cizaña -parecida al trigo, pero inútil-, haciendo que ambos crezcan al mismo
tiempo (cfr. Mt 13, 36-43). Cuando se
cumpla el tiempo en el que tenga que regresar el Hijo del hombre por Segunda
vez, a juzgar el mundo –cuando termine el tiempo y comience la eternidad-, dará
una orden a los ángeles, para que recojan la cizaña y la arrojen al fuego,
mientras que al trigo lo almacenarán en los silos. La cizaña son los hombres
malos, perversos, impenitentes, aliados con el demonio en la tarea de destruir
su iglesia y consagrar a la humanidad a Lucifer: éstos serán derrotados de una
vez y para siempre y serán arrojados al lago de fuego, el Infierno, para que
nunca más salgan de allí. El trigo, a su vez, serán los hombres buenos, los que
siendo pecadores sin embargo se esforzaron por adquirir la gracia, conservarla
y acrecentarla, de modo que Jesús los encuentre en gracia en el momento de su Segunda
Venida. Éstos serán “recogidos en los graneros”, es decir, llevados al Reino de
los cielos, mientras que los malos serán “arrojados al fuego”, al estanque de
fuego que es el infierno, en donde serán atormentados en cuerpo y alma por la
eternidad.
“El
fin de los tiempos será como la cizaña que se arroja al fuego”. Al final de
nuestras vidas terrenas, nos esperan dos fuegos: el fuego que arde sin
consumir, que provoca dolor y no cesa nunca, el fuego del infierno, y el fuego
que arde sin consumir, pero no provoca dolor, sino gozo y alegría en el
Espíritu Santo, el fuego del Cielo, el Amor de Dios. De nosotros y de nuestra
fidelidad a la gracia depende de en cuál de los fuegos seremos envueltos para
siempre.
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