“Jesús
expulsa a un demonio mudo” (Mt 9,
32-38). El episodio del Evangelio demuestra dos cosas: por un lado, que los
demonios, es decir, los ángeles caídos, existen, puesto que se describe la
posesión de uno de ellos, que se apodera del cuerpo de una persona; por otra
parte, demuestra que Cristo es Dios, porque sólo Dios, con su omnipotencia,
puede expulsar a un demonio del cuerpo de un hombre del cual ha tomado
posesión. Un dato curioso es que el demonio es “mudo”, lo cual quiere decir que
no se da a conocer y que toma posesión del hombre sin decir ni una sola
palabra. Hay otros demonios, descriptos por los exorcistas, que son en cambio
expresan, con gritos, con palabras ofensivas y con alaridos, su presencia, por
lo cual no pertenecen a la categoría de “mudos”. Muy probablemente el hecho de
que existan demonios mudos, que hacen que los posesos adopten actitudes extrañas,
haya influido en la teología protestante y progresista para descartar su
presencia, confundiendo los síntomas propios de una posesión con los síntomas
de una enfermedad neurológica o con síntomas neurológicos, como la epilepsia. Sin
embargo, el Evangelio no deja lugar a dudas y si dice que era un “demonio mudo”,
es porque en realidad se trataba de un ángel caído que había tomado posesión de
un hombre y no de una enfermedad neurológica.
“Jesús
expulsa a un demonio mudo”. En nuestros días, las posesiones diabólicas han
aumentado exponencialmente y esto se ve en numerosos signos, como por ejemplo,
el abandono masivo de la Iglesia por parte de numerosos fieles y el hecho de
que no se vean posesos que profieren gritos, alaridos y blasfemias como lo
hacen los demonios que no son mudos, no significa que la acción de los demonios
no sea real, efectiva y verdadera. Las posesiones demoníacas se dan, sobre
todo, en el contexto de devociones supersticiosas y paganas, además de verdaderamente
demoníacas, como las devociones neo-paganas a San La Muerte, el Gauchito Gil y
la Difunta Correa, entre otros. A mayor presencia de estas devociones
demoníacas, mayor serán las posesiones por parte de demonios mudos, como los del
Evangelio. Y, al igual que en el Evangelio, sólo Cristo Dios, que con su poder
divino expulsa a los demonios con el poder de su voz, sólo él, que transmite su
poder a los sacerdotes ministeriales, puede librarnos del poder de los
habitantes de las tinieblas, los ángeles caídos.
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