“Increpó
a los vientos y al mar y vino una gran calma” (Mt 8, 23-27). Jesús, que dormía en la Barca de Pedro –aprovechando
la oportunidad de un breve descanso[1]-,
es despertado los discípulos, los cuales han entrado en pánico al
desencadenarse una tormenta de tal magnitud sobre la barca, que amenazaba con
hundirla. Jesús se levanta y luego de reprender con calma la falta de fe al
gritar “¡Vamos a perecer!”, pues ellos debían saber que estaban seguros en su
compañía, sea que Jesús estuviera despierto o dormido[2], increpa
a los vientos y al mar e inmediatamente “sobreviene una gran calma”. El milagro
en sí mismo muestra que Jesús es Dios, porque sólo Dios puede obrar un milagro
semejante sobre la naturaleza. En efecto, siendo Él su Creador, a Él le obedece
la naturaleza entera.
Pero
además del milagro en sí, hay algo que se destaca y es el hecho de que cada
elemento en el pasaje evangélico, hace referencia a una realidad sobrenatural. Así,
por ejemplo: la Barca de Pedro en donde Jesús duerme, es figura de la Iglesia
Católica; la tempestad que se abate sobre la barca -el fuerte viento y las olas
enormes- y amenaza con hundirla, son los ataques que la Iglesia Católica sufre
a lo largo de su historia, por parte de los hombres que odian a Dios, azuzados
en su odio por el Enemigo de Dios y las almas, el Demonio; el hecho de que
Jesús duerma mientras arrecia el peligro, significa que llegará un momento en
que mientras la Iglesia será atacada de todas las formas posibles, Jesús
Eucaristía parecerá callado, al punto de pensar todos que Dios mismo se ha dormido;
el despertar de Jesús y su intervención consiguiente, que hace cesar la
tempestad de inmediato luego de increpar al viento y al mar, hace referencia a
una súbita y repentina intervención de Jesús, en momentos en los que el mundo,
el hombre y el demonio ataquen con tanta fuerza a la Iglesia, que todo parecerá
humanamente perdido. En ese momento, Dios intervendrá desde la Eucaristía, para
derrotar a sus enemigos y para inaugurar una nueva era de paz y amor en su
Iglesia.
“Increpó
a los vientos y al mar y vino una gran calma”. Cuando todo parezca humanamente
perdido, recordemos la intervención súbita de Jesús y tengamos confianza en su
Amor Misericordioso, que late en la Eucaristía y nunca abandona.
[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona 1957, 375.
[2] Cfr. B. Orchard, ibidem 375.
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