“No
tengáis miedo a los que matan el cuerpo” (Mt 10, 24-33). Con esta advertencia,
Jesús nos anima a no temer al hombre, puesto que el verdadero y único temor que
debemos tener es el de ofender a Dios con el pecado. Es verdad que el hombre
puede matar al hombre, pero no puede hacer nada más, porque el hombre no tiene
ningún poder sobre el alma: una vez que una persona muere, su cuerpo queda en
tierra para ser sepultado, mientras que su alma va directamente a la Presencia
de Dios, para recibir su Juicio Particular. La advertencia de Jesús es
necesaria, porque en la predicación del Evangelio, la Iglesia se encuentra con
la resistencia violenta de quienes no quieren saber nada de la Buena Noticia,
llegando incluso a dar la muerte física a quienes lo proclaman. Ante esta
situación, dice Jesús, no debemos tener miedo, porque lo máximo que pueden
hacernos es quitarnos la vida corporal, pero no la vida eterna, la cual será
concedida por Dios como premio a quien dé su vida por el Evangelio. Sí debemos
temer a quien puede condenar en la Gehena, es decir, a Dios, porque es quien
verdaderamente tiene poder, más allá de esta vida, sobre las almas, y es el que
puede condenar o salvar eternamente a un alma. No tengamos miedo de quienes
sólo pueden quitar la vida corporal; tengamos temor de Dios y procuremos no
ofenderlo con el pecado, para que así Él, que es el dueño de los cuerpos y de
las almas, nos conceda la vida eterna al final de nuestra vida terrena.
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