(Domingo
IV - TC - Ciclo A – 2020)
“Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto” (Jn 11, 1-45). Marta le hace notar a Jesús que, si Él no hubiera
demorado en acudir al llamado que la familia le hacía por la grave enfermedad
de Lázaro, éste no habría fallecido. Y en efecto, lo que llama la atención en
un primer momento es que Jesús, luego de ser avisado que Lázaro está enfermo,
no acude enseguida a atenderlo, como sería de esperar, sino que se demora y no
unas horas, sino dos días. La demora de Jesús es suficiente para que la
enfermedad mortal de Lázaro termine con su vida y es por esto que cuando Jesús
llega a casa de los hermanos de Betania, sus amigos, Lázaro esté ya muerto y es
la razón también de la ligera queja de Marta a Jesús: “Si hubieras estado aquí,
mi hermano no habría muerto”. Sin embargo, la actitud de Jesús, de demorar su
partida a la casa de Lázaro, se explica por una enigmática frase que Él pronuncia
apenas le avisan que Lázaro está gravemente enfermo: “Esta enfermedad servirá
para la gloria de Dios”. Es esta expresión de Jesús lo que explica la demora de
Jesús de acudir a casa de Lázaro: Él sabe que Lázaro morirá si Él se demora,
pero como Él es la resurrección y la vida, sabe también que, si Lázaro muere,
Él lo resucitará y así se manifestará ante todos, de modo visible, palpable y
tangible, el poder y la gloria de Dios. En efecto, mientras Lázaro, con su enfermedad
mortal, representa a la condición humana en esta vida y en esta tierra,
consecuencias del pecado original y es por esto que se enferma gravemente y
muere, Jesús representa lo opuesto, lo impensado para esta humanidad
contaminada por el pecado original, esto es, la vida en vez de la muerte, la
salud en vez de la enfermedad. Ahora bien, es verdad que Jesús vuelve a la vida,
con su poder divino y lo devuelve a la vida terrena a Lázaro, es verdad también
que no es esta vida terrena la que Él ha venido a traer. Él mismo lo dice: “Yo
Soy la resurrección y la vida”, es decir, Él es la resurrección, la vuelta a
una vida nueva, no la vida terrena a la que estamos acostumbrados a vivir, sino
la vida eterna, la vida divina, la vida absolutamente divina que es la vida
misma de Dios Trino y que Él la comunica por su gracia santificante y por su Divina
Misericordia. Es decir, Jesús vuelve a la vida terrena a Lázaro y esto es un
milagro que pone de manifiesto la vida de Dios, pero la vida eterna que Él ha
venido a traer es la verdadera y definitiva vida que Él ha venido a traer y es
la que comunica al alma en el momento en el que el alma muere en estado de
gracia.
“Si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Si Jesús demuestra para con
su amigo Lázaro un amor inmenso de amistad al devolverle la vida terrena, para
con nosotros demuestra un amor inmensamente más grande, porque más que darnos la
vida terrena, que ya la tenemos, nos comunica, de forma incoada, la vida eterna
en cada Eucaristía. Y es por esta razón que, si bien estamos destinados a la
muerte y todos vamos a morir a esta vida terrena, es verdad también que todos
los que estemos en gracia y muramos a esta vida terrena, viviremos en la vida
eterna, gracias a la vida divina que Jesús nos comunica en cada Eucaristía.
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