(Domingo
IV - TC - Ciclo A – 2020)
“Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento” (Jn 9, 1.6-9.13-17.34-38). Ante el pedido
de auxilio de ciego de nacimiento, Jesús “escupió en tierra, hizo barro con la
saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina
de Siloé (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista”. El milagro,
real, tiene un significado sobrenatural, es decir, va más allá del propio
milagro y es el siguiente: la ceguera corporal, por la cual los ojos del cuerpo
no pueden ver el mundo que nos rodea, es figura de otra ceguera, la ceguera
espiritual, por medio de la cual el alma no puede ver el mundo sobrenatural de
la fe; es decir, por la ceguera espiritual, el alma se hace incapaz de ver lo
que sucede en el mundo espiritual y mucho más en el orden de los misterios de
redención de Nuestro Señor Jesucristo. En este caso, la ceguera espiritual está
dada por la ausencia de fe, la cual si bien muchos la han recibido a través del
Bautismo sacramental, la han dejado luego apagar, sea porque no han hecho nada
para incrementarla –oración, sacramentos, devoción, formación espiritual-, sea
porque se han perdido en las oscuridades del mundo y sus falsos y tenebrosos
atractivos. El ciego de nacimiento que recupera la vista puede ser el alma que,
o bien recibe la gracia de la fe en el Bautismo sacramental, o bien la recibe
como una gracia especial de conversión y se dedica no a sofocarla, como en el
caso anterior, sino a incrementarla, por medio de actos de piedad, de devoción,
de frecuencia de los sacramentos.
“Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”. Todos
debemos identificarnos con el ciego de nacimiento, porque por el pecado
original, todos nacemos ciegos a la vida de la gracia y de la fe; pero todos
también debemos identificarnos con el ciego del nacimiento cuando recibe la
curación de parte de Jesús, porque todos hemos recibido la luz de la fe, como
don incoado, en el momento de ser bautizados. De cada uno de nosotros depende,
entonces, vivir la vida de la fe y así ver el mundo sobrenatural de los
misterios de Cristo, o apagar esta luz por las luces falsas del mundo y así
vivir en la ceguera espiritual más completa.
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