“La
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 16.18-21.24a). En este breve párrafo evangélico, se revela el
origen divino de Jesús y la razón por la cual es llamado Hombre-Dios. En
efecto, primero se dice que María, sin estar conviviendo aún con José, quedó
encinta “por obra del Espíritu Santo”; luego, cuando José sospecha y quiere
abandonarla en secreto, en sueños el ángel le confirma que el Hijo que espera
María es Dios encarnado: “La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.
Es decir, se trata de argumentos escriturísticos que hablan del origen divino
de Jesucristo y que por lo tanto echan por tierra todos los argumentos
racionalistas que afirman falsamente que Jesús es un simple hombre o que es un
hombre santo, pero no Dios Hijo encarnado.
Es
muy importante tener esto presente, porque estos versículos se trasladan a la
Santa Misa que se celebra todos los días: si Jesús es Hijo de Dios encarnado y
no un simple hombre, entonces la Eucaristía no es un simple trozo de pan
bendecido, sino el mismo Hijo de Dios encarnado que, por el poder del Espíritu Santo,
prolonga su Encarnación en la Eucaristía.
“La
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. Así como el ángel le
confirma a San José acerca de la divinidad de Cristo, así también, parafraseando
al ángel, nosotros podemos decir, junto con el Magisterio de la Iglesia: “El
Pan que está en el altar después de la consagración no es un pan terreno, sino
el Pan de Vida, Cristo Jesús, que ha bajado desde el cielo al altar por obra
del Espíritu Santo”.
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