(Domingo
III - TC - Ciclo A – 2020)
“El que beba del agua que Yo le daré, jamás tendrá sed” (Jn 4, 5-42). Mientras Jesús está sentado
al borde del manantial, se acerca una mujer samaritana para sacar agua. Mientras
la mujer está en la tarea de sacar agua, Jesús le dice: “Dame de beber”. La mujer
se sorprende, porque siendo hebreo de raza, Jesús le dirige la palabra, cuando
en ese entonces ni hebreos ni samaritanos se dirigían la palabra. Ante el asombro
de la mujer, Jesús le dice: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te
pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. En otras palabras,
Jesús le dice: “Si supieras que Yo Soy el Hombre-Dios y que poseo el agua viva
que es la gracia santificante, tú me pedirías de beber”. Es decir, Jesús en
cuanto Hombre tiene sed y por eso le pide de beber a la samaritana, pero en
cuanto Dios, Él es la Gracia Increada, simbolizada en el agua, y es por eso
que, también en cuanto Dios, Él es el que participa de esta gracia al alma, es
decir, da de beber al alma el agua de la vida eterna, que es la gracia
santificante. Si la mujer samaritana supiera que Él es la Fuente Increada del
Agua viva que es la gracia santificante, sería ella la que le pediría de beber
a Jesús. Entonces, Jesús, al ser el Hombre-Dios, es la Fuente Increada del Agua
de la vida, la gracia santificante, que ha venido a este mundo para saciar la
sed que de Dios tiene toda alma, desde el momento en que toda alma es creada
por Dios. Al ser creada por Dios, el alma es creada para Dios, para saciarse en
Él y es por eso que el alma padece de sed ardiente del Dios Verdadero, desde el
momento en que es creada y el Único que puede satisfacer esta sed, es el
Hombre-Dios, Jesús de Nazareth, porque Él es la Fuente del Agua viva, Él es la
Gracia Increada y la fuente de toda gracia participada.
“El que beba del agua que Yo le daré, jamás tendrá sed”. La
sed corporal, que se sacia con el agua terrena, es figura de la sed espiritual,
de la sed de Dios que toda alma tiene, desde el momento mismo en que es creada.
Esa sed espiritual sólo puede ser saciada por Dios mismo en Persona y es esta
sed la que Jesús ha venido a calmar, al darnos la gracia santificante. Quien recibe
el Agua viva de Jesús, la gracia que viene a través de los sacramentos, no
vuelve a tener sed del Dios Verdadero, porque al estar en gracia, su corazón se
convierte en una fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. No sucede
así con quienes pretenden saciar la sed de Dios con dioses falsos, con
cualquier dios que no sea Cristo Jesús: estos tales sufren de sed espiritual, porque
no tienen el Agua viva que es la gracia, la que Jesús nos conquista con su
sacrificio en cruz.
“El que beba del agua que Yo le daré, jamás tendrá sed”. Los
católicos somos los seres más afortunados del mundo, pues hemos recibido, con
el Bautismo Sacramental, no solo la verdadera fe, sino el Agua viva que brota
del Costado traspasado de Jesús, la gracia santificante y es por eso que no
tenemos sed de dioses falsos, porque nuestra sed de Dios se satisface
sobreabundantemente con la gracia de Cristo Jesús. Si la mujer samaritana puede
considerarse afortunada porque Jesús le reveló que Él era la Fuente del Agua
viva, nosotros podemos considerarnos infinitamente más afortunados, porque por
la gracia, ha convertido nuestros corazones en otras tantas fuentes de Agua
viva que saltan hasta la eternidad. Con la gracia santificante, Cristo Jesús
sacia nuestra sed de Dios, en el tiempo y en la eternidad y es por eso que el
católico que vive en gracia, jamás tiene sed de Dios, porque su sed está
saciada con la gracia y el Amor de Cristo Jesús.
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