“Mataron
al heredero” (Mt 21, 33-43.45-46). La
parábola de los viñadores homicidas está dirigida directamente a los fariseos y
los sumos sacerdotes y es tan clara, que hasta ellos mismos se dan cuenta que se
refiere a ellos: “Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas,
comprendieron que hablaba de ellos”. En efecto, la parábola se comprende mejor
cuando se reemplazan sus elementos y personajes por elementos y personajes
sobrenaturales. Así, el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es, primero la
sinagoga, y luego la Iglesia Católica; los viñadores homicidas son los sumos
sacerdotes y los fariseos; los enviados por el dueño de la viña, los cuales son
golpeados e incluso hasta asesinados, son los profetas que anunciaban al Pueblo
Elegido la pronta Llegada del Mesías; el heredero del dueño de la viña, que
también es asesinado, es Dios Hijo encarnado, Cristo Jesús, que viene a este
mundo a cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección, para rescatar y
salvar a la humanidad entera. Puesto que es el heredero, es el dueño de la viña
por derecho propio, es decir, Él es el Fundador de la Iglesia Católica; es la “Piedra
angular” sobre la que se construye el entero edificio de la Nueva Iglesia del Nuevo Pueblo de Dios, que ya no son los hebreos, sino todos los que reciben el Bautismo Sacramental; el asesinato del heredero es la muerte en cruz de Jesús a manos de los sumos sacerdotes y de los fariseos: matan a Jesús porque no lo reconocen precisamente como al Hijo de Dios encarnado, Heredero del trono de Rey de cielos y tierra; el castigo
a los viñadores homicidas es que se quedarán sin la viña -hasta el día de hoy,
los hebreos no tienen sacrificio-, mientras que la viña será dada a otros
arrendatarios -los gentiles que son incorporados a la Iglesia Católica-, que harán
buen uso de ella.
“Mataron
al heredero”. No son los sumos sacerdotes y los fariseos los únicos en “matar
al heredero”: también nosotros volvemos a crucificar a Jesús y a darle muerte
en cruz, toda vez que no lo reconocemos como al Mesías y Salvador de nuestras
almas, prefiriendo el pecado antes que la gracia. Para no ser como los
viñadores homicidas, hagamos entonces el esfuerzo de evitar el pecado, aun a
costa de la propia vida, y de vivir en gracia hasta el último día de nuestra
vida terrena, de modo de compartir por la eternidad la gloria del Heredero,
Cristo Jesús.
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